Siempre se ha dicho que el cara a cara es la comunicación más ideal por su potencial de interactividad, o lo que es lo mismo, porque podemos reaccionar de inmediato ante señales de incomprensión o malos entendidos y explicarnos mejor, aclarar, corregir. Y eso es posible porque observamos en directo toda la riqueza expresiva del interlocutor en sus gestos, mirada, manejo corporal y del espacio, porque también sabemos que lo no verbal comunica mucho más que las palabras, y por eso es su gran aliado o contradictor.
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Es eso precisamente lo que se escapa de control cuando estamos solos y a ciegas escribiendo un mensaje en el celular, vía WhatsApp o para cualquier otra plataforma tecnológica.
La pretensión de claridad hace daño a todas las formas de información y comunicación cuando supone con arrogancia y casi desprecio lo que se interpreta del otro lado. Ese otro entiende desde su propia especificidad cultural, educativa, lingüística, emocional, experiencial. Es por eso que su interpretación particular se escapa muchas veces a nuestro entendimiento. Por tanto, no debemos, con simpleza, equiparar intención a efecto o resultado. Para lograr mantenernos en el ideal humano y complejo del entendimiento es necesario observarlo como si fuera un bordado a varias manos porque es un asunto en permanente construcción, de tire y afloje, de ir y venir.
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Nuestras actuales interacciones con otros no están privilegiando la comunicación directa, cara a cara, por razones de facilidad, comodidad, costos y acceso a la tecnología, y eso está muy bien como maravillosa oportunidad. Pero vale la pena mantenerse alerta y ser muy conscientes del peligro de la distorsión, la interpretación errónea, el maltrato no intencional, para corregir y redirigir. No dar por obvio lo que no es se vuelve una valiosa actitud para lograr avanzar en el arte de vivir juntos. La cascada de WhatsApp, por ejemplo, en que andamos completamente sumergidos, no puede confundirse con el mundo real del contacto físico. Si bien esos mensajes que mandamos y recibimos a diario son ya parte de la vida cotidiana, tienen el atractivo de hacernos sentir la cercanía de los demás, son cómodos, no requieren mucho esfuerzo, son naturales, informales, ágiles, también conllevan un riesgo grande de incomunicación y por eso requieren cuidado, delicadeza, humildad y sobre todo empatía, como mínimo ejercicio de responsabilidad.
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Somos como panderos que se molestan con casi todo porque nos sentimos como delicadas mesitas de centro y reaccionamos a toda velocidad. Si el mensaje es muy corto el otro está molesto; si es muy largo, está ansioso; si explica mucho, se siente culpable; si las frases son cortas, quiere ofender. Y así nos vamos encuevando en reaccionar, juzgar, condenar o aplaudir sin que medie antes la justa y sabia duda. Es de alguna manera nuestra animalidad dominando y la racionalidad durmiendo. Llegan entonces el resentimiento, el corte abrupto de amistades de mucho tiempo, el dolor; y casi todo ocurrió solo en nuestra cabeza. Hay que bajar la guardia, preguntar, reconfirmar lo que se recibió y lo que fue entregado, indagar acerca de dudas y temores. Es claro que eso ralentiza una forma de interacción que se privilegia, exactamente, por lo contrario, su rapidez, pero vale la pena, para que no pierda la eficiencia y credibilidad que necesita mantener hoy.
Aunque suene demasiado básico y elemental debemos pensar antes de escribir en redes públicas y privadas, porque pareciera que más bien escribimos sin pensar o mientras se van madurando las ideas. Suponemos que el resultado es claro, alimentados por el tamaño de nuestro ego que nunca se equivoca y siempre sabe qué quiere. Esa torpeza simplifica, maltrata y envilece las relaciones.
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Sabemos también desde siempre que el lenguaje es un arma de doble filo y son muchos los males que evitaríamos si recuperamos conciencia y cuidado de su manejo. En cualquier medio, a cualquier hora, ante cualquier circunstancia, para cualquier público, deben prevalecer la compasión, el cuidado y la delicadeza respecto al qué decimos y cómo lo decimos, porque cuando damos “enviar” ya perdemos completamente el control y el manejo inteligente de la oportunidad.