La relación de la ética y lo público es una dupla que en nuestros tiempos parece separarse cada vez más. Pero la ética es, quizá, la expresión más precisa para hablar de la defensa de lo público, justo porque conecta el ser humano en su individualidad con su carácter político. En palabras más simples: la ética nos define como seres sociales, desde el cultivo de nuestra individualidad para conectar con un propósito superior.
Una de las primeras reflexiones sobre la relación de la ética y lo político la hizo Aristóteles, con aquel fenómeno que llamó la eudaimonía. La vida buena, el bienestar, o mejor, el florecimiento del ser humano, ilustran en castellano la definición de la ética como un rasgo público, cuya raíz más profunda está en el cultivo del bienestar individual para el desarrollo de valores, tan necesarios en el ejercicio del poder.
Lo traigo en estas líneas, ya que es fácil, en el debate de la esfera pública, encasillar los temas de ética con el juicio de lo bueno o lo malo, como si se tratara de lo blanco y lo negro, del sí y el no, de los dos polos opuestos; como si la vida social fuera tan sencilla. Pero la ética, como la propongo en esta reflexión, entraña una de las dimensiones más complejas del ser humano: la virtud del buen vivir y actuar ético no es algo natural, sino que es hija de los hábitos y la constante formación de las capacidades humanas.
En este sentido, el vivir y hacer ético es el desarrollo de un pensamiento crítico que permita discernir, en el ejercicio del poder, no solo el rumbo sino las consecuencias sociales de nuestras decisiones. Conecta, en el caso del liderazgo público, con el cultivo de valores necesarios para trascender los intereses individuales, y trabajar en clave de servicio y de transformación de sí mismo, y de otros hacia el buen vivir y el buen hacer, hacia la construcción de una visión de futuro para que la vida buena no sea solo la experiencia de unos cuantos.
Vivimos tiempos en los que reconectar el actuar ético como la defensa de lo público debería ser el primer requisito para liderar. El cultivo de las capacidades humanas para comprender que el bienestar propio confluye en el bienestar de los otros es un principio de solidaridad que se extraña en la mayoría de los liderazgos públicos de la actualidad. Yo me atrevería a nombrar esta relación de la ética y lo público como la conexión del liderazgo con la sensibilidad. En una reciente conversación del programa Liderario escuchamos que la defensa de lo público se parece a aquella definición de Humberto Eco de la palabra trascender: “trascendemos cuando salimos al encuentro del otro”. La defensa de lo público urge de líderes capaces de trascender, con la consciencia plena para formarse en valores que posibiliten el actuar ético, en constante cultivo y desarrollo de sus capacidades humanas para visibilizar el futuro colectivo y sabiamente transformar muchos presentes concretos.