Entérese más de la vida y obra de este gran escritor en el próximo conversatorio de Vivir en El Poblado, el 15 de agosto en Santafé, a las 6:30 pm.
En las páginas amarillas de viejos libros, la tía abuela de Juan Diego Mejía se gastaba sus noches al ritmo de uno y otro cigarrillo. En ocasiones, sufría unos ataques de asfixia nocturnos que ameritaban visitas a la clínica y dejaban al pequeño Juan Diego lleno de intriga: ¿qué había en esas páginas que le quitaba la respiración? Esa curiosidad lo llevó por primera vez, a los ocho años, a explorar incansablemente el mundo de las letras. 50 años más tarde, 32 de ellos como escritor, es el nuevo director de la Fiesta del Libro y la Cultura.
Ese cargo no se lo habría imaginado en 1972. A los 20 años había hecho un trato con la vida: solamente haría lo que le gustara y con esa convicción dejó Ingeniería Civil en la Facultad de Minas para matricularse en Matemáticas. “Elegí el goce de navegar en ese mundo de las demostraciones, de lanzarse detrás de una hipótesis sin saber cuánto tiempo me demoraría en ella”, cuenta el escritor. Pero en la Universidad Nacional, en medio de pancartas rojas, reuniones de universitarios vestidos de bluejeans, llenos de ideas y propuestas, lo sedujo el movimiento revolucionario del momento. “Me encantaba saber que había gente que, como yo, pensaba que era posible acabar con la injusticia. Eso hoy lo digo con un profundo respeto pero también siento la ingenuidad de las palabras”.
Dejó entonces la universidad y se fue con el MOIR, su partido político. “Era un movimiento que sacaba muchachos, con ciertas convicciones de izquierda, de la urbes al campo para transformar su mentalidad y preparar la revolución”, recuerda Juan Diego, quien creía que se despedía de Medellín por unos 20 o 30 años. Sin embargo, a los cuatro años, después de ser panadero, entrenador de fútbol, maestro de escuela, entre otros muchos oficios en el campo, se dio cuenta de que el proyecto estaba destinado al fracaso. Además de ver derrumbarse a la dirigencia del MOIR, cada día era más evidente que él necesitaba más pista para desarrollarse creativamente. En aquel entonces ya escribía. Escribía mal y de forma panfletaria, asegura, y con esos textos regresó a Medellín, con su esposa y una hija. Sus amigos ya iban lejos en otros caminos, graduados de la universidad, viviendo en otros países.
Ser escritor
Juan Diego se dedicó a terminar el pregrado en Matemáticas y al taller de escritura que daba Manuel Mejía Vallejo en la Biblioteca Pública Piloto. “Él me convirtió en alguien que se tenía confianza para escribir, y fue muy generoso. Se consiguió la publicación de mis cuentos y cuando salió mi primer libro, ya no había nada que me diera más felicidad”. Ese trabajo con la palabra llevó a Juan Diego a trabajar en agencias de publicidad como copy, a la producción de televisión, realización de cine, publicaciones en periódicos y a la docencia. “El único oficio que reivindico es el de la literatura. Ese es mi único activo”. Ha publicado seis novelas y dos libros de cuentos; y ha sido merecedor de dos grandes reconocimientos: el Premio Nacional de Cuento, de Colcultura, en 1982; y el Premio Nacional de Novela de Colcultura, 1996, con la novela “El cine era mejor que la vida”.
Ahora, como docente en la maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional, recuerda a Mejía Vallejo. Trata de poner en práctica esa generosidad e impulsar a sus estudiantes. Y, por supuesto, de promover la lectura obsesiva. Mínimo 100 páginas diarias, si no, no hay nutrición para escribir algo bueno, dice.
Ese mismo objetivo de promover la lectura lo tiene ahora a gran escala como director de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. Aunque asegura que no es tan ambicioso. Su interés principal es hacer que muchas personas sientan la emoción que él siente al leer. “Los planes de lectura necesitan métodos, no solo dotación de libros; por ejemplo, invitar a la gente a escribir para que se interesen en la lectura. Todo el mundo tiene algo para decir, no hay quien no tenga preocupaciones, dolores, recuerdos, miedos, esperanzas, todas esas motivaciones que tiene un escritor”.