Hay videos o fotografías que uno quisiera no haber visto. No importa en qué tiempo o lugar
se haya nacido. En la lista puede incluirse la fotografía de aquella niña de Hiroshima. que
corre desnuda después de aquel hongo de humo y horror. A ella se suma la imagen de Omayra, la niña de Armero, cuyo cuerpo quedó aprisionado por el lodo, el agua y una plancha subterránea
de concreto.
A la lista se suman los muertos en la iglesia de Bojayá o los niños huérfanos de Ucrania, Gaza
e Israel. Ahora, a la historia de la tristeza del mundo hay que sumar una imagen nueva: la de
Sara Millerey, una mujer a la que fracturaron sus brazos y piernas y lanzaron a una quebrada,
en Bello, Antioquia.
A diferencia de muchas de las historias e imágenes anteriores, aquí no hubo un accidente natural: se trató de un crimen efectuado con crueldad e intención. Identificada como una mujer y activista trans, al cierre de esta edición, las agencias de noticias, los medios de comunicación y las redes sociales estaban llenos de mensajes que mostraban la conmoción, la sorpresa, la indignación y la tristeza de los espectadores.
A lo anterior hay que sumar la ignorancia vista para abordar una historia como la suya:
el secretario de Seguridad y Convivencia de Bello reveló el nombre (masculino) con el que
aparecía identificada anteriormente y algunos ex líderes y líderes políticos difundieron su
video, ese en el que se le ve sumergida en el río, sin fuerza, ante los ojos de la indiferencia.
En este afán por los likes, las cifras y la llamada economía de la atención que busca captar
espectadores y lectores a cualquier costo, muchos olvidan una palabra fundamental: dignidad, esa condición a la que tiene derecho cualquier persona.
A propósito de este suceso, la Red Ética de la Fundación Gabo difundió una información que da luces sobre un caso así:“el impacto de las imágenes es real. Difundirlas solo insensibiliza a la sociedad, reduce un crimen de odio a contenido viral, impide poner el foco de discusión sobre las causas detrás de estos hechos violentos. Y atenta contra la dignidad de la víctima y sus seres queridos”.
Si a alguien le queda alguna duda, esta se resuelve con una pregunta: ¿si la persona del video fuera un familiar suyo o usted, cómo se sentiría?. A lo anterior, agrega la Fundación Gabo: “el trato digno no es negociable. La memoria de una persona asesinada merece respeto y compartir su agonía no es
‘informar’, sino ser cómplice de la deshumanización que permitió su muerte”.
Colombia, un país donde los ríos y quebradas también son usados para arrojar muertos o
personas heridas, tiene un trabajo fundamental: promover la educación en la empatía y en
el respeto por la dignidad de todos sus habitantes, esa que ni siquiera desaparece con el agua.