“Siempre he sido un soñador, un idealista, pienso siempre que todo va a salir bien y que todo problema tiene solución”
Por Saúl Álvarez Lara
Sin duda alguna el Túnel de Occidente acercó a Santa Fe de Antioquia hasta lograr, casi, que el aroma de la tierra caliente se sienta inmediato. Una vez en la Plaza Simón Bolívar de Santa Fe de Antioquia giras a la derecha, pasas la calle del Medio, vas hasta la calle de La Amargura, llamada así porque por allí entraban los esclavos en la Colonia, giras de nuevo a la derecha y en la esquina siguiente, al frente del Museo de Arte Religioso y de la iglesia de Santa Bárbara, encuentras el portón verde de La Casa Solariega. Es aún temprano. Timbras. El postigo se abre y entras. Te encuentras en el patio principal de una casona donde el calor de la calle te parece una experiencia lejana. Hay obras de arte en el pasillo y en los muros alrededor del patio; hay también antigüedades, una fuente y la escultura de un hombre de la tierra junto a su mula en una de las esquinas del patio. Es Juan Valdez, te dice el dueño de casa cuando todavía tratas de asimilar las sorpresas del lugar. Sabías que te ibas a encontrar con un belga que vive en Colombia desde hace años, su figura alta y delgada te recuerda la de Tin Tin, el famoso reportero creado por Hergé.
Olivier de Pierpont nació en Bruselas y vino por primera vez a Colombia en 1985 con su esposa colombiana y su hijo de un año. Olivier te dice que desde 1978, el año en que la conoció, ella lo familiarizó con Colombia y los colombianos. Desde entonces su relación con este país ha sido permanente, enamorada y a veces dolorosa, pero siempre incondicional.
En 1989 un accidente lo dejó ciego. El único especialista, en el mundo, que le aseguró que volvería a ver lo encontró en Medellín. Fue el doctor Carlos Saldarriaga Restrepo, quien lo operó catorce veces. Una mañana, frente a la ventana de su habitación, el doctor le pidió que abriera los ojos, entonces vio las montañas que rodean el Valle de Aburrá. Olivier recuerda aquel momento con una emoción igual a la que sintió el día de su cumpleaños en 1994, el número cuarenta, cuando llegó a Medellín para quedarse a vivir en ella.
Olivier te habla de su experiencia como anticuario en Medellín y Bogotá, luego recuerda el día en que fue secuestrado por una columna de guerrilleros que lo retuvo cuatro meses en el monte, la liberación y el regreso a Bruselas. Lo perdí todo, te dice. Perdí a mi mujer y todo lo que tenía, mis hijos sufrieron hasta lo indecible. Sin embargo, su relación con Colombia se fortaleció; a su regreso trabajó con diversas instituciones públicas en temas de educación y formación en comunidades necesitadas y se casó de nuevo con una colombiana, la señora Ana, que lo acompaña en La Casa Solariega. Su compromiso como sicólogo y educador social se impuso y fundó “La caravana del arte en movimiento”, Corporación sin ánimo de lucro; “en movimiento” -te aclara Olivier-, “porque al comienzo íbamos por los municipios del departamento organizando talleres de formación artística para niños y jóvenes, pero con el tiempo nos dimos cuenta de que lo más importante en nuestra labor era la continuidad”, es decir, trabajar en un lugar único donde niños y jóvenes de las clases más pobres pudieran encontrar un taller de pintura, una partida ajedrez o alguien con quien conversar. Esa determinación coincidió con el ofrecimiento que le hizo su amigo Alonso Monsalve: instalar la Corporación en la casa Monsalve, la casa de su familia, en la esquina de la calle de La Amargura y el parque de Santa Bárbara.
Olivier tiene presentes los primeros talleres en La Casa Solariega y recuerda que muy rápido asistieron hasta sesenta niños a cada sesión. Terminando el primer año más de doscientos niños llegaron para un solo taller. Hoy en día 572 niños están registrados con dirección, nombre, edad y nivel académico en las actividades de la Corporación. “Nuestra puerta siempre está abierta y los niños llegan cuando quieren; en lugar de andar en la calle vienen a conversar con la señora Ana, conmigo o con el artista que se encuentre en residencia”. Aparte de los talleres, te dice Olivier, la Corporación monta obras de teatro con niños de los barrios pobres de Santa Fe de Antioquia; promueve el Festival Internacional de Poesía en mayo; colabora en programas para conseguir útiles escolares para los niños de las escuelas; organiza la muestra de pintura del primer domingo de cada mes, Le petit Montmartre, donde participan niños de los talleres y artistas profesionales. Olivier sabe que deja en el tintero actividades por enumerar pero el tiempo pasa y un grupo de estudiantes le espera. Es mediodía. Con el sol en lo más alto, dejas el clima propio de La Casa Solariega con la seguridad de haber conversado con alguien que tiene el corazón puesto en “La Causa”, como él llama el compromiso de la Corporación con la comunidad, pero necesita de la colaboración de todos para lograrlo.