La calle 9, o mejor, ¿la calle del frito?

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El periodista e investigador musical Óscar Botero Franco, residente de El Poblado, nos cuenta la historia de la icónica calle 9, que alguna vez fue bautizada como La calle del frito.  Un sector que tuvo aires de barrio, con vecinos que compartían viandas, música y conversa.

Alguna vez leí una crónica sobre la inolvidable “calle del frito”, donde trataban de estigmatizarla, dizque porque fue habitada por borrachitos, muy bailadores y fiesteros, donde las parrandas eran sin límite y la alegría era desbordante. 

Puede haber algo de cierto, pero, en honor a la verdad, los habitantes de la calle del frito eran personas sencillas, hospitalarias, trabajadoras, honestas, que, en determinadas fechas, especialmente en diciembre, volcaban todo su entusiasmo y había derroche de eso que les criticaban: baile, licor, música, pero también preparaban las mejores comidas. 

Entre los vecinos, los platos con natilla, buñuelos, hojuelas y manjar blanco iban y venían, como también chicharrones, chorizos, tamales, empanadas y morcilla. Todo era compartido, y yo pienso que a la calle del frito le tenían era envidia. Simplemente era la mejor calle de El Poblado en aquella época de los años 40, 50 y hasta 60. Eran famosas las viandas que preparaba doña Margarita Ardila, una señora elegante y bien puesta, de trato amable y que conocía los secretos de la buena cocina. Ella fue un referente de la calle del frito. 

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Y, a través del túnel del tiempo, me devuelvo a mis años de niño, allá en la recordada calle del frito de El Poblado, o mejor, la calle 9 entre carreras 43B y 43 C. En la última casa, a la izquierda, vivía Susa (María Jesús Sepúlveda) con su hermano Toño (Antonio Sepúlveda) y Rita, la esposa de éste. Ellos trabajaban en su propia residencia sacando largas tiras de caucho que recortaban de neumáticos de llantas ya inutilizados, haciendo unas madejas u ovillos que luego comercializaban. 

Contigua a la casa de Susa Sepúlveda, vivía su hermana, Rosa Elvira Sepúlveda, quien había contraído matrimonio con don Germán Balbín, con quien procreó cuatro hijos: Matilde, Teresa, Javier y Germán. Doña Matilde Balbín Sepúlveda se casó en 1948 con el señor José Caicedo (natural de Villapinzón), un hombre trabajador que había llegado del Hipódromo de Techo de Bogotá para realizar algunos trabajos en el Hipódromo San Fernando de Itagüí, ubicado donde hoy se encuentra la Plaza Mayorista, y quien posteriormente trabajó casi toda su vida como operario de Incametal.  Una de las grandes aficiones de José era jugar al “5 y 6”, aquel famoso juego de apuestas hípicas, debido al gran conocimiento que tenía sobre la materia. 

La calle 9, o mejor, la calle del frito de El Poblado

Pero había otra actividad que este hombre desempeñaba por la época decembrina: era expendedor de pólvora y luces de colores. Instalaba unas casetas sobre la avenida El Poblado (carrera 43A entre calles 10 y 11), donde hoy está el centro comercial “Domo”. Pero, no recuerdo el año exacto, posiblemente 1957, se presentó una explosión en estos kioscos, causando cuantiosas pérdidas económicas a estos “polvoreros”, y, lamentablemente, también la muerte de una joven de la familia Sepúlveda. Valga anotar que don José Caicedo tenía dos casetas; otra era de Susa, una más de Suso, y la última pertenecía a Javier Balbín. Todos eran de la misma familia. Fue un diciembre triste para la calle del frito, pues el luto embargó a estos vecinos. 

Además de Susa y Rosa, que tenían casas contiguas, también tenía su residencia Jesús María Sepúlveda, más conocido como Suso, padre de cuatro hermosas damas: Nelly, Dolly, Consuelo y Lilian, quien fue la que desafortunadamente pereció en la explosión de los kioscos de pólvora. 

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Recuerdo una foto que tenía mi madre de Suso, vestido elegantemente.  Después de trabajar, tomaba su guitarra, se echaba unas copas de “tapetusa”, pero de buena calidad, y entonaba su canción preferida, “Lloró el gaucho”, el tango de Celedonio Esteban Flores y Adolfo Antonio María Mondino.  Viene a mi mente esta estrofa, que tan magistralmente interpretara el estribillista Roberto Díaz, acompañado de guitarras: 

“…y en una maldición
alzó los puños al cielo,
y un silencio pavoroso
al rancho embrujó,
pobre gaucho
que buscando paz y amor
volvió…”

Y en algunas ocasiones hasta “Mocosita”, un tango cantado por Gardel, perteneciente a Soliño y Matos Rodríguez, se escuchaba por el vecindario en la voz de Suso. Ambos temas tenían similitud en su temática. ¿Tendrían que ver con alguna situación sentimental que le hubiese tocado vivir a Suso? Nunca se supo, pero mi madre siempre lo recordaba como “el pobre gaucho”. 

José y Matilde fueron padres de varios hijos, y los dos mayores, Jorge y Miriam, se criaron a la par con mi hermana Alicia y conmigo, pues también vivíamos en esa calle que hoy añoramos. Mi padre, Jesús Antonio Botero, abandonó su Guarzo natal (El Retiro), buscando mejores oportunidades laborales en la Bella Villa y, por cuestiones del destino, aterrizó en El Poblado, conociendo a mi madre, Elisa Franco, una niña mimada y consentida por sus padres, don Alberto Franco y doña Alicia Posada. Ella tuvo dos hermanos: Alberto, quien murió a muy temprana edad, era empleado de “Fardental” (Unión farmacéutica y dental), y Gustavo, uno de los personajes típicos de El Poblado, amigo de todo el mundo, borrachito, buen cazador, pescador y nadador y a veces, hasta pendenciero.

Mi abuelo Alberto fue empleado de la planta de leches de Medellín durante algunos años, para luego dedicarse a trabajar con su hermano Francisco, en “El Guamal”, una finquita que estaba ubicada donde hoy se levanta una estación de gasolina contigua al Centro Automotriz. Su actividad principal era el ordeño de vacas y la cría de cerdos. 

En la famosa calle del frito vivieron familias cuyos apellidos nunca olvidaremos: Ortiz, Pajón, Sepúlveda, Balbín, Caicedo, Uruburu, Bello, Chalarca, Loaiza, Franco y otras, que eran más conocidas por los alias: los Restrepo eran los “Macana”; los Londoño eran los “Lalos”, y los Atehortúa eran los “Marañas”. Un miembro de esta última familia fue sepulturero en el cementerio de El Poblado durante varios años. 

Hay muchas historias y anécdotas sobre esta inolvidable calle del frito, hoy llena de restaurantes y otros negocios. Esas familias tradicionales que durante tantos años moraron en esta calle 9 se han marchado a otros lares, o deben quedar muy pocos; y los más, han emprendido el viaje sin regreso. Pero dejaron su huella imborrable en esta icónica calle. 

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Por: Óscar Botero Franco 
Periodista e Investigador musical

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