Por Marcel René Gutiérrez
Aunque solo percibiéramos caos, tal vez en lo cotidiano existiera un orden, una especie de música; tal vez en lo que se presentaba como una insufrible monotonía sin sal ni picante habitara lo bello y la manera de gozarlo fuera dejarlo fluir
La historia comienza la mañana después de la Navidad cuando Librado se despierta preso de un dolor, o como él mismo lo dice, del “eco de un dolor”, que con el pasar del tiempo se convierte en un ser que le rasga las entrañas con una persistencia y una vehemencia que lo sorprenden. A partir de ese momento, la incertidumbre y los cuestionamientos se instalan en su vida y lo impulsan en la constante búsqueda de una respuesta para su nueva situación.
Con un lenguaje directo y en su propia voz, como si rindiera testimonio y no como una queja de la condición que lo afecta, Librado, el personaje central de Adentro, una hiena –novela con la que José Libardo Porras obtuvo en 2014 el premio Novela Inédita de la Secretaría de Cultura de Medellín–, cuenta cómo cada uno de los aspectos de su vida que consideraba definitivos empiezan a transformarse: las dichas que alcanzaría cuando llegara a los cincuenta se diluyen, su inusual relación amorosa termina, la familia desconectada y disgregada por la ciudad y el país, se reúne a su alrededor.
Asume entonces la actitud del que indaga, del que investiga, del que quiere respuestas ante una situación inesperada en su vida. “¿Cómo aprovechar cada hora cuando apenas quedan veinte o treinta?, ¿qué es lo bello y cómo gozarlo? Tal la clase de interrogantes que en la escuela debían enseñar a resolver en lugar de rellenarlo a uno de hojarasca”. Esta es la actitud crítica que lo lleva a mirarse a sí mismo y aceptar que, contrario a Victoria, su compañera, que en esta situación de enfermedad extrema optaría por la sutileza del arte, él preferiría ir “a una cantina a beber aguardiente y escuchar tangos o quedarnos en su apartamento masajeándonos”. También es la actitud lúcida, casi iluminada, del que, parado en el borde del abismo al que piensa caerá sin remedio, ha encontrado una perspectiva diferente: “Ni para qué intentar enderezar el camino; la suerte estaba echada […] Si pretendía aprovechar al máximo ese cacho de vida, tendría que valerme de los recursos de siempre y buscar belleza y placer donde antes los hallaba: en la comida y la bebida; en las músicas y los perfumes; en los actos de fornicar, dormir y soñar. Ya no podía inventar ni ensayar nada”.
Con Adentro, una hiena, José Libardo Porras hace un registro en el flaco vademécum de novelas que en nuestra literatura han tratado el tema de la enfermedad: La luz difícil, de Tomás González; Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett; Ciento uno, por Claudia Restrepo, están entre esos pocos libros que han dado una mirada detallada a ese tema. El porqué de esta situación de escasez es algo que quizás la crítica literaria pueda ayudar a dilucidar.
Entre tanto, Librado es una muestra de que aún en situaciones casi finales, como la suya, sigue siendo posible la actitud de la esperanza, de lo posible, de lo mejor; del que descubre que el cambio, la mutación, la transformación, son denominaciones todas inherentes a la existencia; del que acepta que nada permanece estático, que todo se mueve, se altera, se modifica; que la vida orgánica se desarrolla, se degrada, se agota; y algunas veces hasta se degenera. Desde esta perspectiva, entonces, la única constante es el cambio. Un cambio que unas veces es gradual y organizado, otras, incontrolable y desorganizado, invasivo y arrasador, como la vida misma: “De nuevo en casa. Hogar, dulce hogar, me dije, y me arrellané en el sofá. Lucky nos presentó su numerito antes de venir a olfatearme, dio un paseo por la sala inspeccionando el aire, bostezó en muestra de satisfacción, se sentó a mi lado pero lo pensó mejor y, como si advirtiera cambios en la manada, se echó junto a Rosario descansando la cabeza en sus pies”.