Karla Barrientos dirige la fundación Tortugas de Mar, que promueve su conservación y protección. Estar en una playa de anidación es uno de sus disfrutes.
Karla quiso ser médica, pero prefirió “ser portadora de buenas noticias” y se inclinó por la biología. Se sentía atraída por las medusas y su bioluminiscencia -la capacidad de brillar, literalmente, con luz propia-, aunque terminó trabajando por su principal depredador: las tortugas marinas.
Con 33 años, esta habitante de Envigado es la directora científica de la fundación Tortugas de Mar y la coordinadora de la red Widecast Colombia. Se graduó como bióloga de la U. de A. hace nueve años e hizo una maestría en la Universidad de Puerto Rico.
A la isla llegó primero a una estancia corta de 15 días para conocer cómo trabajaban Carlos Díez y Robert Van Dam con las tortugas marinas. Los contactó desde Colombia y se ganó la invitación.
Corría 2009, Karla aún no se había graduado y su motivación por aprender estaba en su máximo nivel. Su entusiasmo fue bien valorado por Carlos y Robert, quienes le insistieron que se quedara en Puerto Rico seis meses más para que estuviera presente en una temporada de anidación. Esos seis meses se extendieron al punto de que se graduó en la U. de A., y se radicó allí para hacer su maestría.
“Estaba en el paraíso”, señala. Compartía con los mejores investigadores de tortugas marinas del Caribe y además la isla es el segundo punto de anidación en la región. “En una playa se pueden encontrar 1.500 nidos por temporada; en Colombia se alcanzan unas 20”.
Desde que viajó tenía claro que volvería al país para devolverle lo aprendido y trabajar por las tortugas. Creó la fundación y se dedicó a recorrer las playas de todas sus costas para proteger la carey, su especie preferida.
Desde pequeña sentía una fascinación por el mar, el mismo al que “los colombianos le dimos la espalda”. Por eso su labor se centra no solo en asistir a las temporadas de anidación y en proteger a las tortugas en las playas, también en entablar diálogos y crear consciencia con las comunidades que las cazan para comer sus carnes o crear artesanías.
Una jornada suya en temporada inicia a las ocho de la noche y concluye en la madrugada, tipo cuatro, cuando inicia la anidación.
Disfruta su trabajo, estar en el mar, en contacto con los animales y con la gente. No le importa que cada mes solo pase entre tres y cuatro días en su hogar, porque su casa, dice, “son todas las costas de Colombia”.