Un puñado de menores de 35 años rescata y difunde la música colombiana, prensada en discos a 78 rpm, con pasión de hincha azuzado.
Sin vacilar, Fabio Nelson Ortiz Moncada, de 34 años, decidió en enero de este año invertir dos millones de pesos en 180 discos a 78 rpm. Echó mano de sus ahorros, más el aguinaldo empresarial, más la prima de navidad, para tomar un avión hacia Bogotá y regresar al atardecer con el sartal de “joyas” recién descubierto.
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Pero la mayor muestra de su pasión exacerbada no fue esa: fue la odisea del transporte del pesado “cargamento” musical: conseguir una maleta apropiada para el guarda equipajes del avión (se quedó sin plata para pagar el sobrepeso); acomodar las pastas; hacer creer que ella contenía ropa, cuando la manipulaba, porque con el peso (lo calcula en 70 kilos) la manija se reventó. Así pasó varios filtros, pero el escáner del aeropuerto gritó “¡pilas con este tapado!”. Entonces Fabio Nelson tuvo que mostrar su tesoro, para luego continuar empujando con dificultad el equipaje de “ropa ligera” hacia el avión. Para subir la escalerilla debió cargarlo como hacía con los marranos en la vereda Maracaibo, de Yolombó, donde nació y creció. Otra hazaña: trepar el bulto al guarda equipajes, fingiendo que no pesaba. Lo que siguió fue un vuelo de zozobra, porque presentía que el compartimiento podría ceder en cualquier momento: lo habría matado el golpe fulminante de decenas de discos de carrilera descarrilados… “Como pude llegué a mi casa; sufrí mucho pero ahí están los discos”.
Fabio Nelson es ingeniero industrial, tiene 34 años y una fiebre a cuarenta por las pastas a 78 rpm, de las que ya ha recuperado unas tres mil. Otro tanto de 45 y otro más de elepés. De manera que las paredes de la sala residencial y ámbitos aledaños están forradas con discos de todos los géneros y presentaciones, pero con señalado énfasis en la música conocida como “guasca, o de carrilera”.
Con este embeleco llegó la necesaria seguidilla de aditamentos: una pequeña maleta diseñada para el transporte seguro de sus riquezas, con capacidad para unas veinte unidades. Estuches de cartulina para facilitar el almacenamiento. Tornamesas con agujas que están en vías de extinción. Amplificadores con sistema dolby, par bafles de madera de pino canadiense y de tres vías (agudos, medios, bajos). Equipo de escáner y computadoras para exhibir ante el mundo -vía redes sociales- estos tesoros. Porque los nuevos coleccionistas tienen la virtud, a diferencia de la generación pasada, de compartir sus hallazgos y pertenencias.
Una guaca en Bogotá
En cuanto a cantidad de discos, Juan Camilo Castañeda Rojas, de 35 años y estudiante de contabilidad, es más modesto: va en unas 500 pastas, y otro tanto de elepés. Pero en afición están a la par. Por algo entre sus contertulios lo apodan “El guaquero”. Fue el responsable de la aventura de Fabio Nelson en Bogotá, pues también buscaba reliquias musicales perdidas, y empezó a mandarle fotos, hasta que lo antojó de salir volando detrás de la “guaca” recién desenterrada.
Este devoto rememora que “Desde niño escucho la música antigua. Mi papá me influyó mucho en la colombiana, que venía en estos discos (enseña una pasta de 78 rpm), y entonces dije voy a tener la primera matriz (versión original), la más antigua, y me metí en el cuento de buscar y conservar discos a 78”.
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Castañeda explica que los encuentros de coleccionistas sirven para aprender y compartir gustos; que los recopila para mostrarle a la próxima generación lo que escuchaban nuestros antepasados, porque esos ritmos se están perdiendo: los bambucos, los pasillos, las guabinas, por ejemplo. Lamenta que a un extranjero solo le muestren el vallenato, de pronto la salsa colombiana. “Nosotros difundimos esta música sin egoísmo, en las redes sociales y en encuentros musicales”. Insiste en que el sentido es compartir, a diferencia de los viejos (no todos, aclara) que almacenaban cajones llenos de discos que nunca mostraban.
Una de las satisfacciones que lo llena, de sus afanosas búsquedas, fue recuperar la canción La bamba de Juan Arvizu, porque le costó mucho trabajo. Se hizo a ella gracias a un amigo coleccionista, “porque hacemos cambalaches, compramos; eso es un cuento, el coleccionismo es un cuento muy complicado”. Agrega que en discos que se ofrecen por dos mil pesos, a veces encuentran tesoros: una pasta que puede valer doscientos mil y eso es muy emocionante… Así pasó cuando encontró Los libros, la canción que hace unos años popularizó el conjunto musical Los Ayer’s, aquí interpretada por Luciano y Concholón: el más escaso de los que ellos grabaron, y que adquirió por solo dos mil pesos. “Los coleccionistas viejos no lo tienen, así que me dicen ‘se lo cambio, véndamelo’. Entre piedras también se encuentran diamantes”, sostiene emocionado.
Insiste en que lo suyo es una pasión muy grande, que alienta desde pequeño. Conserva el primer disco a 78 que le regalaron cuando estaba en el colegio, a los trece años: Canta guitarra de Mercedes Simone. “Me impactó mucho cuando lo recibí, porque era de ese repertorio antiguo, hermoso”.
Explica que el sonido de las audiciones a 78 rpm es superior al de 45 y al LP, porque fueron grabados sobre material de carbón, que permite reproducir las frecuencias del sonido de los instrumentos y de la voz como realmente se grabaron. De manera que el surco recoge todo: la tesitura de la voz, los tonos, un diapasón, el rasgado de las cuerdas de un instrumento, explica a su turno Sergio Quiroz. “El sistema digital roba mucha calidad”, sostiene, y advierte que no es apropiado llamarlos acetatos, material plástico propio de los elepés. Los coleccionistas llaman pastas a los de 78, que se fabricaron entre 1890 y 1959.
Aunque en la Internet se pueden escuchar las joyas que recuperan estos entendidos, lo cierto es que solo ellos -como recompensa- pueden deleitarse con la fidelidad precisa que emana de los surcos de sus redondas, viejas y negras joyas, cuando las echan a rodar en sus tecnificadas capillas domésticas.
Pasillos de tacón alto
Sergio Quiroz es el presidente de la Corporación de Coleccionistas de Música de Envigado Daniel Uribe Uribe. Explica que su objetivo es “Fomentar el culto a la música vieja” en formatos a 78 rpm. La entidad agrupa 57 coleccionistas, once de ellos menores de 35 años. Se trata de las “contrataciones” más recientes, para superar el anquilosamiento que atravesaba la entidad.
Añade que es gente fresca, que gusta de la música vieja, y la difunde, sin recelos ni desconfianzas. Dice que, con estos nuevos gomosos están como frente a un fenómeno remozado, porque facilitan una apertura al mundo: renovar el gusto musical, valorar nuestros intérpretes, compositores y cantantes, al igual que los géneros musicales locales.
Entre los simpatizantes recién llegados a la corporación están Laura Xilene Zuleta, María Isabel Quiroz y Sandra Norela Mora; Juan Camilo Castañeda, Juan Esteban Sierra, Fabio Nelson Ortiz, Alexander Fernández, Sebastián Mejía, Alejandro Arias y Sebastián Ortiz, entre otros.
El próximo encuentro de coleccionistas será en el marco de la Semana Cultural de Envigado, y ya Juan Camilo Castañeda sabe qué joya exhibirá: El pasillo Por qué, cantado por José Moriche con Anita de Morales. A este anuncio siguió el comentario de Sergio Quiroz: “Ese es un pasillo de tacón alto”; fue grabado entre 1928 y 1929.
Entre los hallazgos de Fabio Nelson en Bogotá, destaca: Equivocada, que considera una rareza: un tango de estilo campesino, con guitarra, del trio Hermanos Valencia, de Santa Bárbara, Antioquia. Añade que “también venía un tema que yo busqué mucho, de los Chaparritos: Con quién andará, del año 54. Y un pasillo hermoso, de los Trovadores del Recuerdo: Íntimas cadenas”. Para gritarle al mundo estas curiosidades dispone de cinco canales en YouTube, y unas instalaciones que semejan emisora de radio digital. Una pasión por la música que avanza, no a 78, sino como a mil revoluciones por minuto.
LEGADO
Los coleccionistas jóvenes piensan que, cuando muere uno de sus colegas ancianos, no hay quién se interese por esos discos. Agregan que esta música se debe ofrecer como un fenómeno del patrimonio cultural que tiende a desaparecer, de manera que cumplen una labor social al rescatarla, digitalizarla y compartirla en las redes sociales.