Aunque hace varios años vivo fuera de Colombia, me he mantenido conectada con la realidad del país, pues mi familia y mejores amigos todavía viven en él.
Vivir por fuera de Colombia me ha permitido experimentar otra realidad y me ha recordado que no todo el mundo vive con miedo a que le roben el celular o a que lo maten si camina por las calles a las 3 a.m. Hay muchísimas cosas que extraño de Colombia, pero la inseguridad me ha frenado para regresar. No obstante, en los últimos meses me he cuestionado qué tan indiferente puedo ser con esa realidad que conozco tan bien, y una frase retumba en mi mente y en mi corazón: “No me asustan los actos malos de la gente mala, sino la indiferencia de la gente buena”. Yo estoy tomando pasos para no ser tan indiferente y hoy te invito a que revises tú, tu indiferencia.
En Colombia “Los buenos somos más”, sin lugar a dudas, pero me pregunto: ¿será que “los buenos” sí estamos haciendo todo lo que podemos hacer por mejorar nuestro país? Aquí no estoy hablando del gobierno, ni de los políticos… aquí estoy hablando de nosotros los ciudadanos comunes y corrientes, los que estudiamos para conseguir un trabajo, trabajamos para sostener un hogar y que una que otra vez somos víctimas de la situación en la que vivimos.
El neurólogo y siquiatra austriaco Viktor Frankl, hizo un análisis de la sicología de los prisioneros de los campos de concentración y encontró que los prisioneros, al tener que vivenciar tantas atrocidades, se vuelven fríos. Pueden mirar a los ojos a alguien que está siendo torturado sin sentir el dolor que una persona sentiría al ver semejante horror.
¿Será que tantos años de violencia nos han adormecido el corazón y ahora toleramos cosas que no deberíamos tolerar? ¿Será esto lo que nos frena de salir a las calles y protestar todos los días? ¿O lo que nos para de perseguir a un ladrón?
Cuando pienso en todos los años de violencia que lleva viviendo Colombia, los intentos de acuerdos de paz, las vidas que se han perdido sin razón y los miles de millones de pesos que hemos invertido en esta guerra, me siento triste y en cierta manera sin esperanza. Pero luego pienso en los niños, en su inocencia, en sus caritas y creo que todavía tenemos una esperanza. Los niños no nacen con el sueño de ser malos, los niños nacen llenos de amor. Creo que está en los hombros de nosotros, los padres y demás adultos que influencian la vida de estos chiquitos, la responsabilidad de cultivar una generación nueva. Una generación en la que “los buenos” sean todos, no solo la mayoría. Creo que si hoy invertimos el tiempo y el dinero en criar a los hijos de Colombia en el amor y el perdón, en unos años tendremos un nuevo país.
Hay muchos lugares del mundo donde la gente vive en paz y sin miedo… ¿Quieres un país en paz? Revisa tu indiferencia.
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¿Quieres un país en paz?
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