Hace casi 10 años, me enamoré de la palabra del momento: INNOVACIÓN, así se llamaba una de las áreas más cool de la compañía. Abundaban los libros de innovación en los escritorios, se ranqueaban las ciudades y empresas más innovadoras e incluso había un negocio en el centro de la ciudad que promocionaba, orgullosamente, las empanadas más innovadoras.
Era el “cuarto de hora” de la innovación, y todos “querían con ella”; exaltabamos a los que lograron innovar, como Apple, y nos burlabamos de los que no lo hicieron, como Kodak. Sin embargo, pocos sabían definir o explicar la innovación. Recuerdo una muy buena charla del crack Juan Manuel Alzate, sobre la etimología de la palabra innovación, en la que contaba que había encontrado 42 definiciones oficiales, y también mostraba el auge de uso de la palabra comparado con otras palabras como ingeniería o sostenibilidad (ahora de moda).
La innovación estaba en todos lados, para todos significaba algo diferente, pero concluímos en que era algo imprescindible. Los puestos de trabajo en innovación eran muy apetecidos, y los consultores muy cotizados. Sin embargo, un día mi jefe me vaticinó una obsolescencia programada como líder de innovación (cómo si fuera un iPhone). “Trabajamos para que él área de innovación no exista a futuro”: Me dijo, y aunque asentía con la cabeza, se me arrugaba el corazón al pensarlo. ¿Cómo iba a dejar morir mi gran amor?
Después de años de tener una relación estable con la innovación, conociéndola, estudiándola, abusándola (en el buen sentido) y potenciándola, en todas sus facetas y sabores, desde diferentes frentes y tipos de organizaciones, hace poco sentí que entramos en crisis.
“Tenemos que hablar”, me dijo. No la innovación, si no la headhunter y varios mentores que me asesoran en mi transición laboral. Me dijeron que tenía que sacar la innovación de mi cabeza, de mi vida; pero, especialmente, de mi hoja de vida. Algunos me decían que ya había pasado de moda, que estaba muy “quemada” (me sentía culpable) y otros, más románticos, me decían que la innovación desaparecía como área, porque ya había permeado la organización y seguía en el corazón y mente de todos (mindset innovador). ¿La premonición se había cumplido?
Otras personas me decían: “Yo aún lo veo por ahí, pero como dejó de ser sexy, se cambió el nombre a desarrollo de negocios, crecimiento, transformación, entre otros”. Y, aunque me caen bien esos conceptos, no considero que reemplacen a la innovación.
Luego de una leve tusa innovadora y terapia (no de pareja), decidí afrontar la crisis, de la mejor manera posible, innovando e invitándolos a:
- Prioricemos a la innovación en la estrategia y no la demos por sentado. En este mundo híper acelerado, con retos globales nunca antes vistos, necesitamos innovar más que nunca. BCG en un reciente reporte llamado “Innovation Systems Need a Reboot”, alertaba que ahora solo el 3 % de las organizaciones están listas para innovar.
- Democraticemos la innovación, llevemosla a nuestra vida diaria, a los colegios, a las universidades, a las PYMES y startups, las cuales se engañan muchas veces, creyendo que nacen innovadoras y no tienen que esforzarse. Garanticemos que esté en nuestro mindset.
- ¡Sigamos enamorándonos y enamorándola! Desaprendamos, estudiemos más de innovación y sobre cómo potenciarla. ¿Ya han combinado la inteligencia artificial generativa (GenAI) con procesos de innovación? Es impresionante como la GenAI puede acelerar (no reemplazar) la innovación.
Y usted lector/a, ¿sabe qué es y cómo innovar?