Parodiando al mago español Anthony Blake, “todo lo que vais a leer no es más que un producto de vuestra imaginación”. Nunca será demasiado tarde para “filosofar con el martillo” –anotaba Nietszche-, acerca de un par de aspectos de la fiesta de las flores, extensibles a otros eventos de invasión masiva y abusiva que se realizan en Ciudad Fantasma, invasión que en efecto tiene una patógena semejanza con los neoplasmas que afectan los organismos. Para no ser tachados de neuróticos a morir, hablemos solo entonces del abominable estruendo y de las insoportables congestiones de tráfico que se apoderan del Valle de las Siliconas en tales ocasiones de “esparcimiento ciudadano”. Y hagámoslo en forma de preguntas:
Una: ¿Hasta dónde llegan los derechos del Ayuntamiento para ubicar en decenas de lugares de Motorcycle Town, incluyendo barrios residenciales, gigantescos tablados y pistas de baile con dudosa “música” amplificada a centenares de miles de vatios, en programas que se extienden a veces desde las horas de la tarde hasta casi la madrugada? Esta amplificación diseñada para subyugar especies jurásicas con discapacidad auditiva puede oírse, sin exagerar, hasta a más de un kilómetro de distancia, con el consiguiente perjuicio del sueño y la tranquilidad de los habitantes a quienes la tal música no solo les importa un bledo sino que los pone furiosos: ni qué decir de los ancianos, de los enfermos, de los que tienen que madrugar al arado completamente erizados por el obligado insomnio.
Dos: ¿Hasta dónde llegan los derechos del Ayuntamiento para cerrar largos tramos de vías principales durante “las fiestas”, produciendo las fenomenales congestiones de las que no acabamos de sobreponernos? El infarto vial del viernes 4 tuvo características históricas e histéricas, con incendio incluido. El taco de carros para entrar a Sin City (Ciudad Pecado) desde el sur arrancaba en “The Corner” (Léase: Ancón). Para ir desde The Treasure a la National University este cronista se demoró tres horas. Y es que un pobladito larguirucho como el nuestro, cuyas dos o tres “arterias” principales corren paralelas a la alcantarilla que llamamos río, se colapsa con solo cerrar una de ellas. ¿Cuántas decenas de miles de horas útiles perdimos entre todos los automovilistas y transportadores ese día abominable? En mi recalentado carro de balines viajaba un workaholic -adicto al trabajo- que por poco se deschupeta: sufre de la próstata. En todo ese viacrucis surrealista no vimos ni un “azul”. En diciembre, con los “alumbrados” eléctricos y humanoides, las estadísticas son de espanto.
Finalmente: desde hace varios años, quienes trabajamos hasta después de las 7 u 8 p.m. y debemos tomar después la callejuela (¿autopista?) hacia el sur, hemos perdido y seguimos perdiendo semana tras semana, también, infinidad de horas y de sosiego por el cierre de los carriles orientales en un tramo de más de 15 kilómetros para la ciclovía, todos los malditos martes y jueves de 7 a 10 de la noche. ¿Por qué no dejan esa actividad recreativa entre tinieblas solo para los soleados domingos? Dentro del “Plan de Lectura desde la Lactancia” de Ciudad Gótica recomiendo a los funcionarios implicados que lean precisamente el magnífico cuento de Cortázar titulado “La autopista del sur”, donde hallarán valiosos ejemplos y edificantes moralejas (internet: www.ciudadseva.com) de lo que puede suceder en un trancón. Y ahora repetid, repetid conmigo en voz alta: en los asuntos mencionados, ¿hasta dónde llegan los derechos del Ayuntamiento?
Enzima indigestiva: ¿De qué saco sacan los fu-turísticos estadísticos el dato de que 6 millones y medio de aldeanos disfrutamos la Flowers Celebration? ¿Acaso todo Vallestrecho se revolcó tres veces consigo mismo en esos diez días de aguardiente y éxtasis?
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