Una visión tradicional de las artes nos enseñó que en una obra artística podían distinguirse dos aspectos fundamentales que se identificaban como la forma y el contenido, a partir de las cuales no solo se definía la esencia de la obra de arte sino que se formulaban sus transformaciones históricas. En esos esquemas, el contenido es la idea que el artista quiere transmitir y la forma son los elementos que emplea para hacerlo.
Por supuesto, en todos los momentos de la historia hay unas ideas que predominan, ideas cuya posibilidad de transmisión depende también de circunstancias históricas, lo que conlleva el privilegio de unas formas, estilos y técnicas sobre otras. Quizá el ejemplo más claro se da en la Edad Media europea cuando se quiere comunicar el mensaje cristiano a una población casi totalmente analfabeta, lo que hace que los artistas se dediquen a pintar las historias bíblicas en los muros de los templos donde la gente puede verlas y entenderlas a partir de sus vínculos con la predicación.
Maiz Montaña – Carlos Uribe en el Mamm | Abriendo camino – Esteban Zapata en el Museo de Antioquia |
El arte como unión de contenido y forma es una idea que, por su sencillez y aparente claridad, tuvo mucho éxito, entre otras cosas porque parecía poner todo en su sitio: en primer lugar el artista concibe un concepto o un problema y luego, en segundo lugar, con base en una habilidad especial y en las condiciones y usos propios de su época, encuentra la manera de expresarlo con una técnica que cuenta con una eficacia garantizada porque, por lo demás, se ha perfeccionado a lo largo de generaciones de creadores. Y muchas veces es la habilidad técnica, que se manifiesta, por ejemplo, en el uso del dibujo o del óleo, en la talla de la piedra o en la fundición del metal, lo que más nos deslumbra porque nos sabemos incapaces de realizarla nosotros mismos pero suponemos que debe resultar algo fácil para un auténtico artista.
Sin embargo, tanta sencillez y claridad es un engaño porque las cosas en el arte no funcionan de una manera tan sistemática ni tan distinguible.
En realidad, no pueden separarse de manera tajante los momentos de la idea y de la ejecución. No es que el artista defina un concepto previo que luego simplemente ejecuta, entre otras cosas porque los suyos no son conceptos matemáticos o estrictamente científicos, sino que son ideas implicadas en contextos socioculturales y en ámbitos de pensamiento personal que pueden tener una presencia mayor o menor en la creación de la obra.
Pero, sobre todo, es necesario caer en la cuenta de que la ejecución que produce la obra no es simplemente el despliegue de una habilidad ni una actividad mecánica que logra la mera traducción de una idea previa. Por el contrario, los procesos, estilos, técnicas y materiales que utiliza el artista son, en el fondo, los medios de los que se vale para pensar y definir una idea que solo existe gracias a su desarrollo como obra y que no habría podido concebirse sin aquellos procesos. En última instancia, idea y forma se identifican.
Por eso, porque están interesados en desarrollar una obra que pertenece a su propio tiempo, a lo largo de toda la historia los artistas han modificado permanentemente sus formas de trabajar, abandonando unas técnicas y creando otras; pero seguramente el arte actual supera en velocidad de cambio a todas las épocas anteriores, quizá como manifestación de las vertiginosas transformaciones tecnológicas, científicas, sociales y culturales de las sociedades contemporáneas.
A veces se mira con nostalgia el arte del pasado, con la convicción de que se trata de una edad dorada de perfección que por desgracia quedó atrás, sin caer en la cuenta de que ese es un sentimiento largamente repetido: hace 2400 años Platón consideraba malo el arte de su tiempo, que corresponde al maravilloso clasicismo griego; en el Renacimiento muchos menospreciaron la obra de Leonardo da Vinci porque sus ensayos técnicos casi siempre fracasaban; en el siglo 19 se despreció sucesivamente a los románticos, a los realistas y a los impresionistas porque, aparentemente, ninguno de ellos sabía usar la pintura al óleo. Y, en la misma línea, hoy se exagera hablando de la muerte de la pintura y de la desaparición del manejo técnico de los oficios, lo que no ha ocurrido, pero se olvida que ideas nuevas necesitan formas nuevas.
Más allá de la nostalgia, en las últimas décadas se han abierto muchos mundos nuevos para el arte y la cultura. Porque los artistas contemporáneos han sido capaces de poner en discusión las técnicas del pasado, hoy pueden proponernos nuevas reflexiones y experiencias que serían imposibles con el puro apego a las tradiciones gloriosas.
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