Aunque a ciencia cierta no se sabe qué tan feliz pueda ser una gallina, los huevos de las aves que pastorean y que no están en un galpón son apetecidos por muchos.
A las 9:30 de la mañana, las 400 gallinas de Juan Fernando Betancur ya están “pidiendo pista”. Esa es la hora en que las puertas se abren para que las aves de corral salgan a pastar. La diferencia es toda, pues según explica Diego Restrepo, técnico de Italcol, el hecho de que no estén siempre en el galpón hace que disminuyan sus niveles de estrés: “cuando este se presenta, aparece una hormona llamada cortisol que desdobla proteínas y afecta la calidad del huevo”.
Francisco José Garay, médico veterinario y docente del CES, agrega que en el campo los animales encuentran otros alimentos que complementan el concentrado y cambian, para bien, el color y el sabor de los huevos.
Aunque el mercado se ha encargado de ponerles el adjetivo ‘felices’ a las gallinas que están libres, Garay explica que es “muy difícil saber si esto efectivamente hace que las gallinas estén felices. Lo que sí se cumple es la búsqueda del ser humano por volver a la producción natural”. Con condiciones como estas hay un equilibrio.
Juan Fernando comercializa sus huevos bajo la marca A-Marte. Hoy, sus gallinas producen alrededor de 300 a 360 unidades diarias. “Se deben recoger siempre entre las 6 a.m. y las 11 a.m. Luego, mientras se limpian y empacan, las gallinas se quedan en los potreros hasta las 2 p.m., hora en la que nuevamente entran a descansar”.