El pasado 3 de febrero falleció en Medellín la doctora Ángela Restrepo. El doctor Rafael Isaza González comparte con los lectores de Vivir en El Poblado un homenaje a esta gran científica antioqueña.
En época reciente mucho se habla sobre los jóvenes, que serán los llamados a cambiar tanta desigualdad que desde su inicio prevalece en la humanidad.
No será tarea fácil, pero desde luego se puede hacer mucho para alcanzar tan noble propósito. Para ello se requiere estar dispuestos a sacrificar muchas de las horas de esparcimiento, para dedicarlas primero al estudio y luego a trabajar hasta el cansancio para servir a los demás. De lo contrario, quienes insistan en la violencia están contribuyendo a que haya más pobreza.
Hace poco la doctora Ángela Restrepo M. partió para el cielo que siempre soñó. Fue hija única, mimada como pocas por sus padres, y tuvo todo a la mano para vivir sin preocupaciones. Sin embargo, prefirió estudiar hasta que el sueño la rendía y, más tarde, trabajar durante largas jornadas investigando temas que ayudaran a mejorar la calidad de vida de los que sufren. En ella se debe resaltar que mientras más sabiduría alcanzaba, más sencilla era.
Hago mención a esto último, porque pese haber recibido una herencia importante, en su afán de ayudar al prójimo, por poco se queda sin nada. No solo enseñaba a sus alumnos, sino que de manera discreta les ayudaba en atender sus necesidades.
Cada semana hablábamos un poco, le gustaba recordar las navidades que compartimos durante muchos años. La conversación era breve, pues siempre estaba ocupada terminando algún trabajo.
La terraza de su apartamento en El Poblado era el restaurante de los pájaros: guacamayas, pericos, toches, azulejos, chamones, tórtolas, colibríes, mochuelos, cardenales, cucaracheros, carpinteros y toda clase de aves. No solo sus alumnos la extrañarán, sino también los cientos de pájaros que tenían desayuno, almuerzo y comida asegurada.
Ángela, no obstante dedicar su vida a ayudar a los demás, no cambió el mundo. Igual como ocurrió con San Vicente de Paul, que fue llamado el apóstol de los pobres. Ni San Pedro Claver, que sanaba las heridas de los esclavos que venían del África.
Es poco probable que los jóvenes cambien el mundo, pero cada uno ojalá le tienda la mano a los más débiles.
Por: Rafael Isaza González