Un discurso errático, disperso, mediado por una elaboración conceptual vaga, aunque algunas veces – muy pocas – con algunos chispazos de coherencia.
En esto se han convertido las construcciones conceptuales de los líderes en el mundo, los cuales, lejos de la reflexión y la comprensión de los conceptos, solo utilizan la opinión personal y el sentido común para encauzar el mundo, los países y las empresas, hacia lo que ellos creen será “un futuro más próspero”.
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Construidos por el lenguaje, como lo advirtiera con vehemencia Humberto Maturana, el hombre escenifica sus relaciones de forma difusa, tejidas por conceptos muchas veces mal significados, bien porque estos son entendidos a medias, o bien por la mediación de prejuicios que terminan haciendo de ello aberrantes significaciones personales.
Parafraseando a Humberto Maturana, para poder “lenguajear” se hace necesario establecer primero unos puntos comunes en la discusión, estableciendo para ello unas definiciones aceptadas por las partes para cada palabra que especifica el concepto. Así la discusión podrá fluir en un sentido de igualdad en el lenguaje, lo cual es fundamental, pues, aunque al final se podrán tener conceptos tangencialmente opuestos, la construcción de ellos habrá sido sobre una base conceptual lógica, aceptable, como deberían ser las discusiones y apreciaciones, no solamente de un líder sino de cualquier persona.
Así pues, cuando en la marcha alguien grita ¡fuera el dictador!, ¡somos una democracia!, esto suena como una arenga sencilla y aparentemente razonable; sin embargo, si nos detenemos a pensar un poco, podríamos llegar a la conclusión de que ese estribillo no es el adecuado para provocar cambios significativos, en tanto en él se premia a la “democracia”, definida por la RAE como “el sistema político en el cual la soberanía reside en el pueblo”, sobre “la dictadura”, a la cual la RAE significa como “Régimen político que, por la fuerza o la violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las libertades individuales”.
No será – y resulta solo ser una de las posibles variantes de la discusión – que lo que, en los países democráticos, llamamos democracia no es más que una dictadura de corto plazo – de 4 o de 8 años – legalizada a través del voto popular – que podría ser también dudoso-, o es que acaso, si volvemos a las dos definiciones presentadas, ¿cuál será la mejor definición para comenzar una discusión sobre el régimen político que ostentan nuestros pueblos?
De ahí que, si no nos ponemos primero de acuerdo en los conceptos que vamos a esgrimir en una discusión, esta tiende al fracaso, pues si, por ejemplo, no advertimos un punto común sobre el concepto de la muerte, cualquier alegato en torno a ella no será más que una conversación de borrachos, nubada no solo por la presencia del alcohol, sino por la falta de un hilo argumentativo, ya que la discusión tenderá a convertirse en primaria y visceral, una construcción emocional que, a decir verdad, no termina aportándole nada a nadie.
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Si aprendiéramos a encontrar acertadamente nuestros interlocutores, podríamos enarbolar verdaderas teorías que podrían redundar, a la vez, en una verdadera vivencia en el “lenguajear”. Poner en uso uno de los principales conceptos de Humberto Maturana, “lo que yo digo tiene que ver con usted y no conmigo”, sería un comienzo para entender que la vida que estamos tratando de palear ya no responde a viejas usanzas; el mundo cambió, y por ello la forma de relacionarnos a través del lenguaje debe ser ya desde una nueva construcción argumentativa. ¿Cuál? no sé.