Este domingo 23 de junio se cumplen 34 años de la masacre de la taberna Oporto, un episodio que estremeció a la ciudad y al país en una época marcada por continuos sucesos sangrientos. En esa fecha, 23 jóvenes fueron asesinados por un escuadrón armado en la loma de los Benedictinos, en límites entre Medellín y Envigado. Este hecho, ocurrido en 1990, sigue siendo una herida abierta en la memoria colectiva de la ciudad, marcada por la impunidad, la carencia de verdad y la falta de justicia.
La masacre de Oporto se desarrolló en un contexto de extrema violencia en Medellín, en medio del auge del narcotráfico y la guerra entre carteles. Aquella noche, un grupo armado irrumpió en una fiesta juvenil en ese sitio de esparcimiento nocturno y, sin piedad, abrió fuego contra los presentes. El ataque dejó 23 muertos, todos jóvenes cuyas vidas fueron arrebatadas en un acto de barbarie que conmocionó a la sociedad.
A pesar de la magnitud de los crímenes, la investigación ha estado plagada de obstáculos. Tres décadas después, los responsables de este atroz hecho no han sido llevados ante la justicia.
Testigos revelan que la cruenta acción fue perpetrada por al menos 10 hombres armados y vestidos de negro que llegaron al sitio en camperos. En un comienzo, los empleados del lugar pensaron que se trataba de Pablo Escobar, quien ya había estado en ese sito en otro par de oportunidades dejando cuantiosas propinas para los meseros y cocineros.
La presencia de los encapuchados envolvió el lugar de zozobra y horror. “¡Todos pa’l parqueadero, vamos todos p’abajo, esto es una requisa!”, se escuchó. Los hombres que departían en el lugar fueron obligados a tenderse en el suelo, mientras que las mujeres se refugiaron en un kiosko cercano, en los baños, debajo de los vehículos o en la parte trasera de la discoteca.
“¡Al piso, al piso, al piso!”, fue la orden de los victimarios. Luego, sobre las 10:30 de la noche, las ráfagas y disparos resonaron con crudeza tornando el ambiente en drama, muerte y confusión. El saldo, 23 muchachos muertos y tres heridos.
Uno de los sobrevivientes de este doloroso acontecimiento es Camilo Andrés Jaramillo Uribe, quien de manera paradójica se dedicó luego a la tanatopraxia. Tras haber huido de la muerte, vivió de ella, de arreglar cadáveres en una funeraria de la ciudad. En la noche del ataque él recibió nueve impactos, por lo que dice: su historia es un verdadero milagro.
En la crónica Bar Oporto 1990: el saturado recuerdo del pavor, escrita en 2014 por el periodista Luis Alirio Calle, para el libro De las palabras, Camilo Andrés dice: “Lo único que yo quiero es que se sepa la verdad: quiénes lo hicieron y por qué lo hicieron. Es inconcebible que algo tan grave pase en una ciudad y no se sepa nada”.
Hasta ahora, la autoría de la matanza sigue sin esclarecerse; incluso, es tan confuso llegar a la verdad que sobre lo ocurrido existen nueve teorías especulativas que van desde ataques y órdenes de venganza emanadas directamente por Pablo Escobar Gaviria hasta una maniobra de agentes en cubierto del antiguo Departamento de Orden Ciudadano -DOC- de Envigado; además, de una acción para asesinar a Juan Pablo Escobar, hijo de Pablo, o de una retaliación contra la alta sociedad por negarse a participar en los negocios sucios del narcotráfico.
De todos los posibles responsables, diferentes hipótesis apuntan hacia el Cartel de Medellín como el autor de la masacre; sin embargo, la justicia no ha podido encontrar responsables directos. Entre las diversas teorías sobre los autores y móviles del mismo, en enero de este año, durante una audiencia ante la JEP, el excomandante del Bloque de Búsqueda, Hugo Heliodoro Aguilar Naranjo, reconoció su participación en la creación de los PEPES (Perseguidos por Pablo Escobar) y la autoría de este grupo paramilitar en diversos hechos violentos de la ciudad como la masacre del bar Oporto.
Cada año, en el aniversario de la masacre, se realizan actos conmemorativos y marchas en honor a los jóvenes fallecidos, recordándolos y exigiendo que este crimen no quede en el olvido. Tal parece que la impunidad en este caso es otro símbolo indecoroso de las muchas injusticias que han quedado sin resolverse en la historia reciente de Colombia, esa que ha sido escrita con inagotables capítulos de violencia, muerte y dolor.