Si nos situamos en 1990, lo que nos ha tocado pasar desde entonces no tiene nombre. Y el país ha logrado sobrevivir. Y presentar avances notorios en campos críticos.
Este país siempre ha estado al borde del abismo. En mi ya lejana madurez, tenía la costumbre de oír un noticiero al comenzar el día. Y la sensación con que quedaba era que Colombia se estaba desmoronando. No sé de verdad cómo conseguía dedicarme a mis tareas después de ese desayuno. Hasta que algún día decidí apagar el radio.
Es claro que el remedio para Colombia no consiste en que todos apaguemos el radio, por decirlo de esa forma. No se trata de aislarnos, de negar la realidad. Por el contrario, se trata de reconocerla. Y para eso es saludable alejarnos un poco de la inmediatez y aprender a mirarnos en perspectiva. Si, arbitrariamente, nos situamos en 1990, lo que nos ha tocado pasar desde entonces no tiene nombre. Y el país ha logrado sobrevivir. Y presentar avances notorios en campos críticos: Colombia, en resumen, es hoy un mejor país. Suena raro oír esto último, ¿verdad? No estamos acostumbrados a oír cosas buenas de Colombia: good news no news.
Mirar desde lejos nos permite identificar tendencias, apreciar cosas que de cerca no vemos. La estabilidad macroeconómica, por ejemplo. En los años 90 teníamos persistentemente una inflación superior al 20% anual (y la inflación es el impuesto de los pobres, decía López Michelsen); la atención universal en salud (aun con los problemas que hoy tiene el sistema), la mejora de los índices de escolaridad en todos los niveles, el régimen pensional (¿recuerdan el ISS?), la disminución sustancial en la tasa de homicidios, son logros de los que debemos ser conscientes y que se han traducido en una apreciable movilidad social hacia arriba, en el crecimiento de las clases medias.
Hay sí algunas tendencias que se mueven en dirección contraria: la primera de ellas es la corrupción. Porque ya no se habla de ladrones aislados, que siempre los ha habido, sino de combos público-privados que, de manera sistemática, saquean los recursos del estado.
Este es un gran reto para el país. Y no se trata solo de la plata que se pierde sino de sus implicaciones en la institucionalidad: han corrompido todas las ramas del poder público incluyendo, en los años recientes, el poder judicial, lo cual es muy grave, porque en la Justicia reposa en últimas el estado de derecho.
Más que de cualquier otra cosa, la trascendencia histórica de Hugo Chávez se deriva del hecho de haber polarizado en extremo la sociedad venezolana. Su impronta perdurará por generaciones. El venezolano desapareció: solo quedaron revolucionarios y “escuálidos”. Los primeros eran (todos) buenos y los segundos eran (todos) malos. Y tanto los buenos como los malos se quedaron sin país. Ese fue el legado.
Me refiero a esto porque la otra tendencia negativa que se observa en Colombia es hacia la polarización. Y si queremos tener futuro debemos vacunarnos contra eso. Es necesario ser conscientes de que aunque tenemos mucho por ganar, todos tenemos mucho que perder. Y destruir un país es fácil. Basta convertir al adversario en enemigo.