Hablar sobre racismo con los hijos

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Si la conversación es incómoda, es porque es necesario tenerla

Todas la noches, antes de acostarnos, Cristóbal (cuatro años) y Antonia (dos) agradecen tres cosas que sucedieron en el día. No pasó una semana sin que saltara a la vista su condición privilegiada… y la mía, que no se queda atrás como madre blanca, profesional y casada (también conocida como no cabeza de familia).

Así que luego de ver parte (porque las tripas no me dieron para más) del video de George Floyd, cuando desesperado llamaba a su mamá porque no podía respirar, y llorar como ya lo he hecho varias veces en esta cuarentena, pensé que debía hablar con mis hijos.

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No. No están muy chiquitos. A partir de los dos años, los niños asocian solitos los rasgos y el color de la piel de las personas con las actividades que éstas realizan y por lo tanto concluyen que la apariencia es un indicador de estatus social.

Así que el silencio mío como madre, ante un prejuicio que ha quitado y desacelerado más vidas que cualquier pandemia, se vuelve cómplice. Y esa no quiero ser yo.

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Si una conversación es incómoda, es porque es necesario tenerla. Entonces, una vez acostados, luego de agradecer, Cristóbal y Antonia escucharon por primera vez la palabra racismo y hablamos sobre cómo podíamos proteger la vida de los más vulnerables, aprovechando nuestra condición de privilegio.

En este diálogo a mi me surgieron más dudas que nunca y me di cuenta de lo poco educada que estoy respecto a la discriminación. ¡Vaya símbolo en el que se convierte George Floyd! ¡En el de una revolución personal!

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Aunque no por esa noche me gané una medalla. Hace un tiempo, una vecina adorada saludó a Cristóbal en el ascensor y él le dijo: “no te saludo porque eres fea y comes basura”. Cuando me enteré, le pregunté qué había pasado y ahí mismo se puso a llorar.

Cristóbal sabe que las acciones tienen consecuencias, así que fuimos (obvio yo queriendo que me tragara la tierra) a timbrarle a la vecina a ofrecer disculpas… ¡mirándola a los ojos!

Ya dijimos que si es incómoda, es necesaria la conversación. Yo estaba mortificada. ¿De dónde aprende eso mi hijo? ¡Pues del sistema! Habría que cambiar el sistema para poder garantizar una nueva generación sin prejuicios… y eso se logra un hogar a la vez, un ejemplo a la vez.

A mis amigos negros, de razas y/o culturas diferentes que han sufrido discriminación: entiendo que nunca voy a entender, pero estoy de su lado.

Por: Juliana Echeverri

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