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“…Ha sido como una cadena fatal, un encadenamiento inevitable porque fue un poema el que me llevó a interesarme por primera vez en las historias de la Conquista de América: Las Elegías de varones ilustres de Indias, de Juan de Castellanos, que conocí hace 20 años. Desde cuando me picaron estas Elegías no me ha bajado la fiebre por interrogar la Conquista y lo que la Conquista nos dejó o produjo, que somos nosotros, finalmente nosotros somos el resultado de la Conquista de América. A veces oigo a algunas personas que dicen “cuando los españoles llegaron y nos robaron todo”, igual podríamos decir que “cuando nosotros llegamos y nos robamos todo”, porque nosotros somos lo uno y somos lo otro, y como dice una hermosa estrofa de Boudelaire yo soy la herida y el cuchillo, la bofetada y la mejilla, yo soy los miembros y la rueda, soy el verdugo y soy la víctima. Para nosotros es muy difícil reconciliarnos con nosotros mismos porque tal vez no hemos acabado de rumiar esa idea de ser al mismo tiempo los invadidos y los invasores, o por lo menos el fruto del encuentro de ambos. A mí me ha tocado deplorar todas las atrocidades que se cometieron en la Conquista de América, en la lengua que nos dejó la Conquista de América y que en esa medida es irrenunciable para nosotros, tanto el elemento indígena y la memoria ancestral de estas tierras que todavía tenemos que interrogar, como la memoria europea que llegó y que ya es también parte constitutiva de lo que somos…”.
Cómo nació la trilogía “Después de leer las Elegías de varones ilustres de Indias yo traté de resolver mis deudas con ese poema en un ensayo que escribí durante 9 años, Las auroras de sangre, para tratar de leer el poema, de compartirlo con los lectores de hoy y rastrear un poco lo que fue la vida de Juan de Castellanos. Cuando creí que ya había ajustado mis cuentas con ese mosquito y con esa pasión, se me ocurrió la locura de escribir una historia ya no comentando a Juan de Castellanos, ya no reflexionando sobre eso, sino que me dije: bueno, ahora quisiera vivir una historia de estas. Pensé que iba a ser una labor breve pero ya llevo otros diez años en ello, de manera que le he dedicado 20 años de mi vida al siglo 16, pronto será bueno por lo menos cambiar de siglo… … Por un lado yo siempre buscaba placer en los libros pero resulta que cuando se me han metido estas obsesiones como perseguir a Pedro de Ursúa o a don Francisco de Orellana, o ver cómo fue que construyeron un barco por allá en los ríos encajonados de la cordillera, y se los llevó el río y bajaron ocho meses por un río que crecía sin saber adónde iban, rodeados de selvas impenetrables de donde llovían las flechas y a los ocho meses los arrojó esa corriente al mar, cuando yo me metí a explorar eso me pasó algo muy raro, me fui volviendo un lector capaz de leer cosas aparentemente tediosísimas si sé que voy a tener una pequeña información sobre Pedro de Ursúa o sobre Juan de Castellanos o sobre Orellana, o sobre qué hizo Francisco Pizarro tal o cual día; soy capaz de medírmele a unos mamotretos que no leería nadie porque la curiosidad, supongo que un poco de chismografía mezclada con un poco de pasión por el pasado, me obligan a resistir y a persistir y siento como un regalo enorme cualquier noticia y dato que descubro que me pueda servir para mis libros. Tal vez pueda decir que estas obsesiones me han vuelto no sé si mejor lector pero un lector un poco más paciente, indulgente y tolerante porque siento que esos libros a veces áridos me están dando cosas para mí que son necesarias y que van a ser necesarias para las historias que cuento… …A veces me pregunto qué tan accesible es reconstruir verdaderamente el pasado, hechos que pasaron hace siglos, 1.000 años, 2.000 años y yo diría que la literatura en general se deleita en esa búsqueda de ver hasta dónde es posible reconstruir el pasado. Creo que hay muchos juegos posibles y ni una sola respuesta absoluta”. |
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