Le pregunto por los personajes y él se emociona, me habla de su relación con ellos
Gustavo Jaramillo Por Saúl Álvarez Lara
Jackson Pollok Lou Andreas Salomé El día siguiente de la inauguración de su exposición de retratos en el Museo Maja de Jericó, a las ocho de la mañana, me encontré con Gustavo Jaramillo en la sala del primer piso donde están colgados los setenta y dos que, dice, ha hecho en su vida de artista que comenzó en mil novecientos setenta y cinco, el año en que terminó los estudios de Sociología en la Universidad Pontificia Bolivariana. Ha hecho setenta y cuatro retratos en total. En la exposición faltan dos pero no le pregunté por qué, los que tenemos alrededor son testimonio suficiente de la relación íntima, amorosa, dulce, enamorada, en ocasiones intensa incluso dolorosa, entre artista y sujeto. Están hechos a lápiz, con suavidad para no herir el papel, en capas sucesivas que les dan vida.
Walter Benjamin Ernesto Sábato Nos encontramos en el centro de la sala y ocupamos tres sillas, sobre la tercera están los cigarrillos, el cenicero y el sombrero de ala corta que Jaramillo se pone para salir a la calle. “En cada retrato voy yo, mi esfuerzo, mis ojos, mi desgaste, mi desvelo, porque me he despertado a las tres de la mañana obsesionado, como sucedió con el retrato de Kafka, ¡…no he hecho a Kafka, me dije, no es posible…! y de una me levanto y arranco a hacerlo”, dice mientras prende un cigarrillo, quizá el segundo o tercero. Este hombre que durante un año dibujó con minucia los retratos de estos personajes, ha dedicado más de esos doce meses a prepararse para esos encuentros; desde antes de mil novecientos setenta y cinco, el año en que comenzó su vida de artista, había comenzado a prepararse; no se conoce a estos personajes como él los conoce de la noche a la mañana. Porque cada retrato es una muestra de conocimiento. Jaramillo fuma y habla, cuando se siente en buena compañía es buen conversador. Su afirmación me anima, lo escucho más de lo que hablo. Su intimidad con cada personaje, incluso con los dos o tres que están allí aunque no le atraen especialmente, es el resultado de años de seguirlos, de leerlos, de observarlos, de escucharlos y convivir con ellos.
Julio Cortázar Hacer un retrato es intimar con el retratado, es una relación incondicional, casi secreta. Hay gestos y miradas en cada uno que delatan esos instantes. Dice que el primer trazo comienza en los ojos porque los ojos son el ancla del retrato se quedan quietos cuando la expresión pasa de la alegría al dolor o la ausencia. En la medida en que Jaramillo narra aquello que lo une a cada personaje construye su propio retrato. Habla de Rosa de Luxemburgo como si hubiera estado con ella en el calabozo de su muerte; o del último encuentro entre Charlie Parker y Billie Holiday porque él hubiera querido ser Charlie en ese momento sublime; hubiera querido ser el enamorado de Camille Claudel; el dolor y la angustia de García Lorca o de Hannah Arendt también son suyos, como la alegría burlona de Alexander Calder. Hubiera querido estar al lado de Simone de Beauvoir en el Café de Flore durante los años del existencialismo. Su cariño por ellos lo lleva a tener coincidencias reales con personajes como Albert Camus: ambos poseen una de las mascarillas de mujer más bellas que existen L’inconnue de la Seine, Camus tenía la suya en el escritorio, Jaramillo la tiene en el piso al lado de la silla donde escucha la Obertura 1812 al máximo volumen de los dieciséis parlantes que lo rodean.
Alexander Calder Todo tiembla, dice con una sonrisa. Es su manera de compartir con los clásicos. Son coincidencias, frutos del azar, pero el azar no existe, es el resultado de la correspondencia entre pensar y hacer. Jaramillo habla de los personajes, estamos allí para eso, aunque por momentos uno que otro salto a la historia lo desvían del tema, dice con preocupación; sin embargo no es así y él lo sabe, los personajes retratados son parte de la historia y para comprenderla y comprender el mundo es necesario estudiarlos, conocerlos, saber de dónde vienen y, lo que es mejor, para donde van, a pesar de que entre los setenta y dos en la sala solo dos viven. Los otros habitan el imaginario de Jaramillo desde siempre. Todos los días los busca, está en contacto con ellos, los lee despacio; solo una página por día, luego cierra el libro aunque al final de la página encuentre una coma, un punto o parte de una frase. Cuando encuentra párrafos que lo ponen a pensar o lo conmueven los copia en un papel, los mete al bolsillo y durante el día los saca y los relee. Le ha sucedido con Walter Benjamin y aun así, asegura que Benjamin le ha pegado unos revolcones fantásticos. Entonces caigo en la cuenta de un detalle, todo está hecho de detalles, Jaramillo habla de los personajes como si viviera con ellos, como si los tuviera en su casa, como si esperaran su regreso. Cuando llegue saldrán a la puerta a recibirlo. Si me lo preguntaran yo diría que es posible conversar con cada uno de los setenta y dos como si fueran Gustavo Jaramillo y escuchar las historias que los llevaron a estar allí, en la sala del primer piso del Museo Maja de Jericó hasta finales de septiembre. Si me lo preguntaran yo diría que los setenta y dos retratos son el retrato de Jaramillo, de su vida de artista, de su conocimiento, de su talento.