¡Gracias profesores! por agrandar sus salones y sus corazones

Cristóbal tiene cuatro años y Antonia tiene dos. Cristóbal va al colegio y Antonia, al jardín.

Desde su primer día, el progreso de ambos ha sido demasiado evidente. Cristóbal, con la sensibilidad que lo caracteriza, aprendió rápidamente a identificar las emociones de sus compañeritos. Y Antonia, por ejemplo, empezó a comer bien. Solo imitar a sus amiguitos durante el refrigerio bastó para que ganara el peso que le hacía falta.

En las noches, Cristóbal y Antonia se acostaban fundidos después de un día de correr, saltar, gritar, reír y llorar. Y mi esposo y yo nos acostábamos con la satisfacción de haber invertido nuestros recursos (y nuestro tiempo también) en el crecimiento y desarrollo de nuestros hijos

Pero todo cambió en la cuarentena. Ni nuestros hijos sabían obedecer un distanciamiento social, ni nosotros como padres sabíamos enseñar a escribir, ni los profesores sabían dar una clase virtual… Y ni la más acertada de las instituciones educativas aproximaría lo que esto iba a durar. 

Así que todos, padres, profesores y niños, corrimos a conectarnos como sabíamos, y poco funcionó. Las mamás de un colegio comparaban con otro y las de ese colegio también se quejaban. Todos, con la angustia del tiempo perdido señalábamos cómo aquel lo hacía y aquel no, y nos empezamos a enfrascar en el problema, cuando nunca antes la Tierra había reclamado tanta claridad. 

Todo empieza por la compasión. Por padecer con.

Esto solo lo entendí cuando colgué una llamada con una de las profesoras del colegio de Cristóbal que me dijo que a ella los niños la querían por chocar esas cinco, por hacerles barra cuando intentaban con valentía hacer algo, por el “sana que sana, colita de rana” cuando se aporreaban y por los abrazos que les daban cuando estaban tristes. Pensé cómo sus propias recompensas estarían lejos de ser reclamadas en la virtualidad y me dio un vacío en el estómago

También lo entendí cuando en plena clase por Zoom no le oíamos nada a otra profesora y ella desesperada me escribía al WhatsApp que su internet no estaba funcionando bien y que ya se había consumido el plan de datos. En lo único que pensaba era en que las mamás nos íbamos a molestar.

Otras columnas de opinión de Juliana Echeverri:

¡Gracias profesores! Gracias por atender las clases con el mismo entusiasmo así estas sean desde sus casas.

Gracias por ofrecer sus servicios, sus hogares y sus recursos para que nuestros hijos y nosotros mismos nos sintamos acompañados y en la ruta del progreso. 

Gracias por estar dispuestos a aprender ante nuestros ojos y a cuestas de nuestra escasa paciencia

Gracias por agrandar sus salones y sus corazones porque hoy somos familias enteras las que necesitamos de sus enseñanzas.

Gracias por ser un eje fundamental de nuestra sociedad.

Por: Juliana Echeverri Gutiérrez.

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