Como lo decía Carl Sagan, somos polvo de estrellas. Esto quiere decir que desde el instante uno del universo, hace 13.800 millones de años, el azar jugó a nuestro favor.
Como especie hemos sido moldeados por los mecanismos de la evolución. Como individuos somos simplemente producto del azar genético y de una intrincada secuencia -no concebible- de hechos fortuitos.
Un instante antes de la fecundación, la probabilidad de que cada uno de nosotros existiera era aproximadamente de uno en doscientos cincuenta millones, porque en promedio ese es el número de espermatozoides que participa en la carrera para fecundar el óvulo. Y solo llega uno. Lo cual significa que hemos sido, literalmente, los ganadores de una lotería reproductiva.
Para llegar al resultado de ser cada uno de nosotros, fue necesario también que esas loterías de la vida las ganaran todos los antepasados directos que hemos tenido, incluido el Último Antepasado Común Universal – LUCA -, primer ser vivo sobre la tierra… Y podríamos seguir devolviéndonos hasta el big bang porque, como lo decía Carl Sagan, somos polvo de estrellas. Esto quiere decir que desde el instante uno del universo -hace 13.800 millones de años-, el azar jugó a nuestro favor.
Nunca el futuro ha sido predecible, pero tal vez pudo haber sido imaginable. Ahora no lo es. 120.000 años después de aparecer en las sabanas africanas, el Homo sapiens ha desarrollado la inteligencia necesaria para rediseñarse a sí mismo y para rediseñar la(s) especie(s) mediante una técnica tan sencilla y económica -según la científica colombiana Natalia Lamprea-, que puede ser usada por cualquier persona que conozca de biología molecular. Esta técnica “ha democratizado la edición de genes”, dice a su vez Dana Carroll, bioquímico de la universidad de Utah.
Ya el año pasado un investigador del sur de China dio a conocer al mundo el nacimiento de dos niñas genéticamente modificadas (design babies). La edición genética fue hecha en células germinales, es decir, que las nuevas características serán hereditarias: esta técnica -llamada CRISPR- es algo que puede abrir, para la especie humana, la puerta de un abismo.
Muchas veces hemos oído que hay que construir y defender las instituciones del Estado (además, las internacionales). Pero ahora más que nunca serán determinantes de lo que viene: de su capacidad de regular y controlar el desarrollo científico-tecnológico depende hoy el futuro de la especie. Por lo cual, así como no debemos dejar la política solo en manos de los políticos, tampoco podemos dejar la ciencia solo en manos de los científicos (y de los grandes y pequeños laboratorios).