Por Saúl Alvarez Lara
Lo vi por primera vez un jueves al mediodía. Subió al bus con su violín, se acomodó en la primera fila frente a los ocho o diez pasajeros y tocó un fragmento del Concertino en Re, al estilo de Mozart. No menciono el fragmento porque lo conociera sino porque al final de su miniconcierto –unos tres minutos–, él lo dijo. Luego entregó su tarjeta de presentación. Pasaron tres semanas antes de que me decidiera a llamarlo para hablar con él de su experiencia como músico urbano. Hicimos cita, como es lógico, en una parada de bus. Pensé que lo reconocería por el violín y así fue. Gabriel Serna llegó a la cita con su novia y el violín, instrumento que tuvo bajo el brazo durante toda la conversación.
Me encontré frente a una pareja joven, entre los veinte y los veintiséis años. Ella, Valentina Bohórquez, estudiante de Filología en la Universidad de Antioquia, y él estudiante de viola y canto en la Escuela Débora Arango de Envigado y violinista urbano. Frente a jugos de uva y mango conversamos un rato.
“Soy el menor de cinco hermanos aficionados a la música que tocaban guitarra y cantaban”, cuenta. “Dos de ellos decidieron un día estudiar instrumentos sinfónicos. Uno estudió contrabajo y el otro violonchelo, eso me gustó y empecé a estudiar viola. De esto hace más de once años. En el 2009 empecé a tocar en los buses con un primo. Desde el 2011 toco violín en los buses. Solo…
“Al principio creí que uno podía subir a un bus cualquiera y tocar, así no más, pero no. En los buses te dejan trabajar si te conocen y te tienen aprecio. Si están en un paradero o en un semáforo te abren la puerta y te dejan montar. Pero después de trabajar debes esperar la siguiente parada para bajar, los choferes en general son buena gente pero no les gusta que uno les toque el timbre. Para tocar en un bus en movimiento hay que tener muchos factores en cuenta, lo más difícil es mantener el equilibrio. Cuando empecé con mi primo tenía que tocar sentado, de otra manera era muy difícil concentrarme, hay que pensar en muchas cosas: en el bus cuando acelera, cuando frena, cuando pasa un resalto; hay que pensar en el chofer y en los pasajeros, si estorbo no me dejarán tocar otra vez. El equilibrio es indispensable, es el primer punto. El segundo, tener en cuenta cuando el conductor lleva el radio prendido y no lo apaga o no le baja al volumen. Y tercero, cuando la gente habla duro y no escucha la música. Son muchas cosas al tiempo”, dice.
Gabriel habla y mueve sus manos ligeras, de violinista. Valentina escucha en silencio. “Trabajo de martes a sábado, de seis de la mañana a una de la tarde. Los lunes estudio todo el día; de martes a jueves voy a la escuela entre dos y ocho de la noche y, cuando llego a casa, estudio. Para tocar hay que tener entrenamiento permanente, si no lo hago la diferencia es notoria. Cada día elijo una ruta distinta, unos días la Avenida El Poblado; otros, desde la estación Exposiciones hasta Café Salud, en la 33. También hago rutas en Laureles o por los lados del Estadio. Siempre trato de tocar música que atraiga a la gente”.
Para Gabriel todos los pasajeros son público en potencia. Si el bus viene con todo el “tendido”, es decir, lleno, es un buen bus para trabajar. “Si viene con más de diez personas, puede resultar bueno; si tiene menos de seis pasajeros se toma el riesgo, igual uno se equivoca con frecuencia: hay buses que vienen con el tendido y el trabajo es malo, en cambio, otros que vienen vacíos salvan el día. Uno creería –agrega para confirmar la duda–, que los días de quincena van a ser buenos pero no siempre es así…
“También hay que tener en cuenta a los pasajeros, a veces vienen cargados con sus propios problemas y se tapan los oídos o miran para otro lado. Para no estorbar cuando toco, levanto los codos más de la cuenta y si veo un asiento libre en la parte de adelante ocupo el espacio libre para no incomodar a nadie. Una vez, un señor que iba cerca del puesto libre me dijo: ‘¡Quítese de ahí, ese ruido me molesta!’, pero yo tomo esas cosas con calma y sigo tocando”.
Pregunto a Gabriel que espera estar haciendo dentro de cinco años. “No quisiera que la música se convirtiera en un empleo, no espero encontrar un trabajo a través de ella porque eso no recompensaría la satisfacción que me produce tocar. Espero tocar música que le llegue a la gente. Mi aspiración es que quienes me escuchen sientan lo que yo siento cuando toco”.
Cuando llega la hora de partir les pregunto para dónde van: “Ahora –dicen– vamos a casa, tenemos tareas por hacer”.