“Tras muchos años en los que el mundo me ha brindado innumerables espectáculos, lo que finalmente sé con mayor certeza respecto a la moral y a las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.
Albert Camus
El autor de La peste y El extranjero, entre otras grandes novelas, quien, como jugador de fútbol, arquero y a veces también centro delantero e, incluso, estrella del Racing Universitario de Argel, tuvo mucha razón al señalar la estrecha relación que se puede encontrar entre el fútbol, los principios y las normas morales. Con su concepción moral y su lucha permanente por la justicia, Camus relacionó los códigos y las reglas del fútbol -que según él conllevan lealtad y auténtica hombría- con el comportamiento que un hombre debe tener ante la vida.
El genial escritor, Premio Nobel en 1957, viviendo en uno de los barrios más pobres de Argel, conoció la desdicha cotidiana de los proletarios, una vida con escaso futuro, sin pasado, sin historia, que se pierde rápidamente en el olvido. Pero Camus conoce también la solidaridad que entienden mucho mejor los pobres, la amistad entrañable que nace en el contacto diario con sus amigos árabes, españoles y judíos, con los cuales compartió estudios y muchas horas de fútbol, que le enseñó todo lo que supo de moral.
La solidaridad implica que cada futbolista se sienta vinculado con sus compañeros. Su compromiso deportivo implica ligar sus esfuerzos con los de los demás, así es como tienen sentido las acciones individuales también esenciales en el fútbol. Se ha señalado que la auténtica solidaridad tiene tres características generales en este deporte que es, en esencia, una asociación. Primera, se trata de definirse cada uno en plural, esto es, yo soy nosotros. Es así como se consolida y multiplica la acción y la jugada individual. Segunda, estar dispuesto a dar y darse a sus compañeros para así recibir la colaboración de ellos. Esta es la generosidad como gran valor ético, que siempre debe estar presente en los futbolistas y las personas. Y tercera, que esta solidaridad y generosidad sean permanentes, no solo en unos partidos o con algunos compañeros, sino con todo el equipo.
El connotado intelectual, filósofo, sociólogo, Edgar Morin, dice que la palabra arte es la que mejor define el fútbol, que es un juego que toca puntos fuertes del alma humana. En una cancha hay veintidós personas que deben diferenciarse, a la vez que forman un grupo interdependiente. Hay dos alternativas para el jugador que lleva la pelota y quiere llegar a la red, dice Morin, o va derecho hacia el arco, corriendo el peligro de que lo detengan, o hace un pase al costado, se aleja del objetivo, pero comparte con otro que puede tener mejor oportunidad de lograr el objetivo. Riesgo y oportunidad definen un buen partido.
La estrategia, dice Morin, debe basarse en la complementariedad de los jugadores para un juego colectivo, pero también debe permitir la libertad del jugador, que sabe que puede marcar la diferencia y anotar. Así que a veces un juego demasiado colectivizado impide que surjan cualidades individuales. Además, requiere comunidad y fraternidad. Es una dificultad cuando, por ejemplo, tienes estrellas que corren el riesgo de eclipsar a las que no lo son.
El fútbol es un “vehículo formativo, el fútbol no es la vida, pero es un gran simulador de lo que es la vida”, dice Jorge Valdano que fue jugador, entrenador, director general del Real Madrid y ahora escritor y conferencista. El fútbol, dice, enseña nociones de superación personal, solidaridad, competitividad, reparto de papeles, trabajo en equipo, tolerancia, cultura del esfuerzo. Más allá de la pasión desbordada y destructiva por el fútbol que tantos daños ha hecho y sigue haciendo, este deporte, si es honesto, decente y justo, es una lección de vida y ética.