Uno de los primeros pedidos que Hernán Franco González le hizo al Niño Dios fue un radio transistor de pilas. En ese momento, él tenía siete años y vivía con su familia en una finca de la vereda La Palma, en el municipio de El Carmen de Viboral.
“En la casa no había energía eléctrica y en las noches nos reuníamos a escuchar programas en un radio Motorola que tenía papá. Gastaba muchas baterías, pero era la distracción de todos”, cuenta.
Desde ese instante, Hernán entró en completa sintonía radial. A donde iba siempre, estaba adherido a una emisora: camino a la escuela; en el ordeño del ganado y en la siembra de papa, fríjol o arveja; ah, y antes de dormir. La radio se convirtió en su compañía predilecta, en su mejor amiga.
Con gran habilidad aprendió a identificar los programas, voces de presentadores y estaciones radiales de la época. El niño del campo había sido absorbido por la magia de la radio. Sin decirle a nadie comenzó a irradiar un sueño sonoro, ser locutor.
“Yo seguía las transmisiones deportivas, especialmente las de ciclismo, y las repetía con mi voz. Me imaginaba que estaba ahí en la carretera al lado de esas grandes voces de la narración. Comencé a entrenarme solo y a alimentar ese anhelo”, describe.
Así como las semillas que plantaba cuando niño, ese sueño se mantuvo latente en sus propósitos. Dos décadas después de ese primer traído de Navidad, Hernán ingresó a una academia de locución en Medellín. Sin terminar el curso, hizo turnos como operador de sonido y anunciador en una emisora de Girardota.
“Iba tres veces por semana. Fue duro porque muchas veces no tenía pasajes. Luego comencé a hacer reemplazos en emisoras de Caracol, RCN, Súper y Todelar, en Medellín, hasta que ingresé a Rionegro Estéreo, donde he permanecido hasta ahora”, narra.
Su amor y pasión por las ondas hertzianas lo llevaron a conocer a esos personajes que para él se tornaban reverenciales en el dial de su pequeño transistor de pilas, marca Hitachi.
“Tuve la fortuna de hablar en varias ocasiones con Alberto Piedrahíta Pacheco, ‘El padrino’, q.e.p.d.; soy amigo de Rubén Darío Arcila, ‘Rubencho’, y hablo permanentemente con Jorge Eliécer Campuzano, maestro de la narración deportiva en Colombia”, describe.
En los primeros años del nuevo milenio, en un momento de transición tecnológica, Hernán quiso conservar algunos elementos de la radio clásica o análoga. En cuestión de meses su casa se llenó de micrófonos, tornamesas, consolas de sonido, decks, cartucheras, cintas magnetofónicas, bafles, amplificadores, antenas y muchos otros elementos del universo sonoro.
“Son más de 250 piezas y artefactos radiales que la gente me ha ido regalando, es poco lo que he comprado. Mi anhelo es poder instalar en El Carmen de Viboral un museo que se llame ‘Radio Franco’ y que esté al servicio de la historia de la radio”, dice.
Entre el 16 de septiembre y el 16 de diciembre de este año, su colección será exhibida en “Radio Reliquias”, en la sede de la Asociación Colombiana de Locutores -ACL-, en Bogotá.
Con la muestra se conmemoran los 95 años de la radio en Colombia, una historia de la que ya hace parte Franco, la voz amable de El Carmen de Viboral.
Hernán espera que sus hijos Alejandro y Martín, quienes valoran la importancia de la colección de su padre, continúen con el legado de “Radio Franco”. Su anhelo es que su muestra permita a las nuevas generaciones conocer más acerca de la magia de la radio.