Los días sin horas

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Carol Jaramillo nos cuenta su experiencia en un retiro de yoga, un oasis en el desierto, una pausa al bombardeo de emociones efervescentes que se experimenta por estos días en nuestro país. No solo pausó su consumo de información y opiniones. ¿Cómo fue su experiencia en esos días sin horas?

Deben ser las 5:30 a. m., porque ya sonó la campana.  Anoche tuvimos lo que jocosamente denominamos la última cena, que, a la vez, fue el comienzo del proceso del que les quiero contar hoy: un ayuno. Doy los buenos días a mis compañeras de habitación y me levanto. Mi celular no está ahí esta vez, en ese proceso de dejar atrás el mundo onírico y volver a la vigilia; no hay alarma, ni redes sociales, ni música, ni reloj.

Me cambio la ropa, me lavo el rostro y los dientes en un baño compartido, y voy a buscar el lugar donde dejé mi mat la noche anterior. Respiramos, estiramos, meditamos, o al menos eso intentamos; los pensamientos suelen ponerle trabas a ese último verbo, y esta ocasión no fue la excepción. 

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Una reverencia y Hari Om Tat Sat para dar por finalizada la sesión. Me bañé; solo agua esta vez, nada de jabón o shampoo, ni cremas humectantes después de la ducha. Volví al tapete igual que los demás. Om Om Om para comenzar la práctica, ahora intencionada a fluir entre postura y postura, una a la vez, acompañadas por una profunda y rítmica respiración, con la concentración puesta en la voz de Esteban, que, como el Flautista de Hamelín, dirigía suavemente nuestros movimientos.

Así comenzó el día uno de tres de este ayuno, que no fue el primero en términos de alimentos, pero sí en otras instancias. Hacer una pausa en la ingesta de alimentos es un proceso que te ayuda a entender tu relación con ellos, a entender cómo los usamos no solo para llevarle energía a nuestros órganos vitales sino también para saciar impulsos. Esos impulsos son señales que nos manda el cuerpo y que nos pueden develar, si prestamos atención, que nos estamos sintiendo ansiosos o tristes o faltos de afecto. Aprender a identificar esas alarmas y, más aún, a actuar a tiempo cuando se encienden, es un arte que solo se perfecciona con la práctica constante. Tener el estómago vacío hace un poco más fácil esta tarea de observación que es una vivencia reveladora si te entregas a ella. 

La experiencia con la pausa en la alimentación hecha estos días no es de lo que les quiero hablar hoy, en todo caso. Hoy quiero hablarles sobre ayunar en otros términos. La RAE define este concepto como “Abstenerse total o parcialmente de comer o beber”, relacionándolo directamente con la comida, pero también lo define como “Privarse o estar privado de algún gusto o deleite”. Este fin de semana ayuné o me privé de gustos no solo gastronómicos; dejé que mi cuerpo y mente ‘descansaran’, se ‘limpiaran’ de otras cosas que consumo en la cotidianidad. Es por eso por lo que empecé hablándoles de la rutina en este retiro. Dejar de lado el celular y todo lo que representa era algo que mi ser pedía a gritos. Después de una semana de sobrecarga de noticias y contenidos de odio, angustia, tristeza, entre otros, relacionados con las protestas en mi país, estaba agotada, abrumada y sé, por lo compartido, que no era la única. Este retiro apareció como un oasis en el desierto; podría verse como una forma de escape, y creo que sí, eso hice, escapar de la realidad, lo necesitaba. Me metí en mi caparazón, me fui a una burbuja para volver a mi centro antes de volver a hacer frente a la cruda realidad que acompaña la existencia de la humanidad, de Colombia, hoy. 

Experiencia en un retiro de yoga

Empatía

Me escapé sí, pero experimenté algo que me permitió empatizar con muchos de los protestantes en las calles: hambre. Claro que no hay punto de comparación; esta hambre fue buscada, intencionada, acompañada por otros procesos de limpieza y satisfecha a través de fuentes como el sol, la respiración, el ambiente y la grata compañía. Sin embargo, es más fácil imaginarse qué se siente tener el estómago vacío, si lo has tenido vacío, aunque sea en circunstancias diferentes; y créanme, cuesta, aún en una burbuja con condiciones privilegiadas. 

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El tiempo

Desconectarme del celular fue liberador. Nada de saber qué está pasando afuera, nada de música, videos o conexiones con otros que no fueran los que estaban ahí conmigo compartiendo la experiencia; pero, sobre todo, nada de saber la hora. El tiempo es un invento humano que nos permite aunar ritmos y coordinar actividades con otros, nos facilita los encuentros, nos ayuda a organizarnos, a estructurar nuestras rutinas, y todo esto puede ser bonito y útil. Pero, como con todo, llevado al extremo, la atención constante en el tiempo, la obsesión por la forma en que transcurre, por ‘organizarlo’ rígidamente, pretendiendo que tenemos un cierto control sobre él, es una ilusión que enferma. 

Mi vida tiene mucho de eso, ajustar horarios para levantarme a tiempo para hacer una rutina de yoga o meditación, organizarme y desayunar antes de que comience la jornada laboral. Organizar la jornada y la semana para ser lo más ‘productiva’ posible, para cocinar, comer, arreglar la cocina o la casa, estudiar, compartir con otros, tener momentos de ocio, ejercitarme… pareciera que 24 horas se quedan cortas para tantas actividades. Y muchas veces sí, es agotador y desgastante organizar y pretender cumplir con el cronograma. Con frecuencia me pasa que me quedo corta, quiero extender el tiempo y programo más cosas por hora de las que puedo hacer, y el resultado es frustración, caos. Y hago acá una acotación: yo no tengo pareja o hijos cuyas rutinas deban encajar también en este cronograma; no quiero imaginar cómo es para los que viven esas circunstancias.

Afortunadamente, mi camino espiritual me ha enseñado a practicar el amor incondicional. Bajo esa premisa, después de la frustración y el caos, vuelvo al amor y me abrazo para recordarme que aún estoy aprendiendo. Y, después de eso, me sigue pasando, sigo planeando hacer más cosas de las que termino haciendo, pero cada vez me frustra menos no lograrlo. Y mientras perfecciono eso de organizarme de maneras menos rígidas, de vez en cuando, un espacio como este retiro viene muy bien. Días sin horas en las que te entregas a la rutina establecida por otros y tú solo fluyes. 

Suena la campana, y es hora de volver al mat para una nueva práctica. ¿Qué horas son o cuánto duró la práctica? ¡Qué importa!; ¿Qué actividad sigue? ¡Qué importa! Los únicos indicios de que el ‘tiempo pasa’ los da el cielo con sus tonos, y la luna y el sol con su danza de ir y venir. No hay además momentos para desayunar, almorzar o cenar, otros indicadores que nos permiten establecer la hora aproximada del día y, sumado a eso, sin comidas, no hay momentos para cocinar o ingerir alimentos, así que el tiempo se ‘multiplica’. Las horas parecieran no pasar, el tiempo detenido para dedicarlo al disfrute, a la contemplación de los espacios verdes, de la montaña, del paisaje, de la compañía, de las conversaciones, de los silencios, de las actividades. Tendríamos que lograr tener más momentos de no mirar el reloj en el día a día, momentos de ayunar del tiempo, de su orden y estructura, momentos para fluir… es sanador.

La vanidad 

Sumado al ‘reto’ de no ingerir comida, Esteban nos propuso no usar productos de aseo o cremas, volver a la esencia, limpiarnos solo usando agua. Ya había oído yo de personas que no usan ninguno de estos productos en su cotidianidad (eso sí que es una forma silenciosa de rebelarse contra el sistema). Y, para no ir muy lejos, mi papá dice, por ejemplo, que no se aplica nada que no se pueda comer. “La piel absorbe todo”, dice él, y así no entre por tu boca, tu organismo lo tiene que procesar y asimilar. En fin, acepté el reto. Sin embargo, para mi sorpresa, este reto fue más difícil de sostener que no comer. De hecho, el domingo, a eso del mediodía, ya me estaba dando un baño con el kit de herramientas deliciosamente perfumadas que empaqué meticulosamente en mi morral.

Usé la palabra vanidad para esta parte de mi texto, porque no encontré otra que se acomodara a lo que sentí; así que la voy a definir. Según Google, vanidad es “Orgullo de la persona que tiene en un alto concepto sus propios méritos y un afán excesivo de ser admirado y considerado por ellos”. Me pregunto si eso último es justamente lo que me pasó: sentir que no olía como me gusta o ver mis crespos cuidadosamente formados con mi pelo limpio y brillante, puede ser que me hayan hecho sentir menos cómoda al compartir con otros, incluso a pesar de que muchos de ellos estaban en las mismas condiciones. Sé, con certeza, que, aunque tal vez para mi mente consciente el afán de volver a oler bien tenga que ver con los otros, todo tiene que ver conmigo en realidad, con mis niveles de aceptación hacia mí misma, hacia quién soy y lo que soy, más allá de cómo me veo o cómo huelo. Acá ya me puse filosófica, pero estas son las reflexiones a las que me invita el camino del yoga que es mi camino y que agradezco me impulse a cuestionarme. En esto voy, descubriendo que aún me falta un largo camino por recorrer para aceptarme como sea, como esté, física y emocionalmente, y también, observándome en la identificación con la forma, de la que tanto habla la filosofía yogui.

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Gracias por leer hasta acá, espero que algunas de estas palabras te hayan motivado en alguna forma a explorar los ayunos, a cuestionar tus rutinas, tus creencias, a abrir la mente a otras posibilidades o a sentirte acompañad@ en cualquiera de los sentimientos acá manifestados. Gracias.

Si les interesa leer más sobre este encuentro, les comparto el texto de Isa sobre su interpretación (http://semillerodeyoga.blogspot.com/2021/05/como-podemos-ser-alimento-para-otros.html), y otro texto mío con la experiencia del día a día de un ayuno anterior (https://www.facebook.com/caroljllo/posts/10157388440656482).

Por: Carol Jaramillo

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