Poco después de empezar a trabajar en El Universal, de Cartagena, Gustavo Arango se dedicó a reconstruir los pasos del nobel por ese periódico. Era 1994 y acababa de salir Del amor y otros demonios, en cuyo prólogo García Márquez se refería a Clemente Manuel Sabala, su jefe de redacción cuando llegó al diario cartagenero en el 48. El director de El Universal, Héctor Hernández Ayazo, vio este como el momento propicio para reivindicar la importancia de ese período en la trayectoria del escritor de Aracataca, pues allí se inició como periodista; se le había dado mucha atención a su experiencia en Barranquilla pero su paso por la Heroica todavía estaba por investigar y valorar. Fue cuando Gustavo, editor del suplemento dominical, propuso hacer un libro, “una especie de crónica de los casi dos años que él estuvo allí, con testimonios de la gente que lo conoció y con textos de archivo”. El director Hernández le dio su voto de confianza y los siguientes 18 meses se dedicó por completo a la tarea.
“Al que le van a dar le guardan”
No era un interés nuevo. Desde que leyó La Hojarasca en segundo de bachillerato, Gustavo encontró en el futuro nobel un modelo a seguir. Como sabía desde niño que quería ser escritor, estaba pendiente de sus libros y de lo que el autor decía sobre ellos; incluso cuando salió El otoño del patriarca lo prestó en la biblioteca e intentó leerlo, aun sin entender “ni pío”; coleccionaba artículos, entrevistas y suplementos y hasta grabó en betamax, feliz y devoto, la entrega del Nobel años después. Para ese entonces ya estudiaba Comunicación Social en la UPB; con sus compañeros leía las columnas que García Márquez escribió en Cartagena, citaba pasajes de memoria y decía que quería trabajar en El Universal. Además pensaba que Cartagena era el lugar ideal para escribir.
A finales de 1990 se estrenó pues como reportero en el mismo periódico donde 42 años atrás llegó ese joven provinciano, escritor de cuentos y pichón de abogado, que poco después se convertiría en icono nacional del periodismo literario y en el escritor colombiano más reconocido de todos los tiempos, al menos hasta hoy. “Al que le van a dar le guardan”, pensó después Gustavo cuando se vio escribiendo Un ramo de nomeolvides: García Márquez en El Universal. El título, a propósito, lo encontró al final del proceso, cuando alguien que ya había entrevistado se acordó de que esa era la canción que García Márquez cantaba a menudo.
< Gustavo Arango
Testimonio de Gustavo
“Ese tiempo de trabajo fue una locura. Ahora que lo veo en la distancia, fue mi primera novela, realmente es una novela de no ficción; yo estaba obsesionado con ese libro, dormía de día y escribía de noche; a veces estaba tan cansado que tenía que acostarme y grabar en lugar de escribir, y al otro día transcribía porque no podía dejar que se me pasaran cosas. Me dio mucho susto cuando ya tenía todo el material reunido y empecé a escribir los primeros capítulos, porque me di cuenta de que podía ser o algo muy bueno o podía ser un desastre, pues si uno se descacha escribiendo sobre García Márquez puede empacar y dedicarse a otra cosa, le cae todo el mundo encima o por lo menos de ese trancazo es muy difícil reponerse. Entonces llegó un momento en que comprendí que no iba a hacer un libro para halagar a García Márquez sino que, en caso de que lo leyera, pensara que estaba bien escrito. Y ya, desde ese momento tuve claro que él era el modelo de lector al que yo le hablaba, una persona que supiera mucho de literatura, que supiera mucho de escritura. Eso fue lo que me propuse y se me quitó el susto, ya era un reto, sabía que él lo iba a leer y no me importó quién más lo pudiera leer. Hay cosas muy duras sobre esa época pero èl iba a ser capaz de reconocer que era un buen libro. Cuando se lo entregué, le dije: ‘Espero que esté a la altura`. -O a la bajura-, me respondió”
“No quería ayudarme”
Lo primero que hizo Gustavo durante ese año y medio fue revisar los archivos, clasificar todas las noticias que aparecieron en esa época, determinar cuáles fueron escritas por García Márquez -muchas sin firmar y otras con el seudónimo Séptimus-, y quiénes fueron las personas que trabajaron con él, para luego entrevistarlas. “Uno de los grandes méritos del libro fue lo oportuno porque todos los personajes que entrevisté estaban muy mayores y se fueron muriendo”, señala.
Encontró que aquel periodo en Cartagena fue para García Márquez el momento de muchas primeras veces: por primera vez trabajó como periodista, empezó a ser militante polìticamente, decidió dejar la universidad y fue cuando dijo ‘voy a ser escritor`.
Entrevistó a personas tan influyentes en la vida del nobel como el poeta Gustavo Ibarra Merlano, quien le dio a leer los clásicos griegos y la poesía del Siglo de Oro, y al escritor, periodista y pintor Héctor Rojas Herazo, gran amigo y rival. “Había celos de los dos lados; lo curioso es que la estrella en ese momento era Rojas Herazo, seis años mayor y un escritor tremendo, solo que sus novelas no son best sellers. Al final quedó la idea de que Rojas estaba resentido con el éxito de García Márquez”, apunta Gustavo.
Las últimas entrevistas fueron las que le hizo al esquivo Gabo cuando la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) realizó su primer taller precisamente en El Universal, como homenaje al periódico donde éĺ empezó. “Al principio no quería ayudarme, dijo que ya sobre eso se había escrito mucho, pero después, cuando yo le mostraba los materiales, se fue entusiasmando y hablé varias veces con él. Me lo llevaba para la oficina a preguntarle cosas y a mostrarle artículos”. Así logró identificar varios textos de su autoría y conocer anécdotas que sirvieron para el libro.
“Era excepcional desde el principio”
Escribir Un ramo de nomeolvides: García Márquez en El Universal le permitió a Gustavo Arango conocer cómo arranca una gran obra. Comprobó la determinación y la inmensa pasión de García Márquez por el oficio, lo que aumentó su admiración. “Este hombre tenía claro desde el principio lo que quería y cada día de su vida luchó por conseguirlo. Es una historia que me enseñò mucho, me mostrò que no podìa ser perezoso, que no podìa ser mediocre, que no podìa resignarme con cosas que no fueran lo mejor”.
También entendió que el éxito de Gabriel García Márquez estaba basado en muchas cosas pero que fundamentalmente su gran triunfo era moral, como le dijo Ibarra Merlano. “Fue un escritor que se hizo sin apellidos, sin influencias, sin posición económica y en la provincia; el se abrió camino y no sólo llegó sino que siguió de largo. Era ambicioso como artista y como persona pública”.
Dos años después de entregarle el libro a García Márquez, Gustavo lo volvió a ver en Barranquilla, en un taller de la FNPI. “Les dijo a los periodistas que si querían saber sobre esa época, leyeran mi libro. ‘Este hombre tiene una versión mejor que la mía, conoce de mi vida más que yo’”. Terminaron los dos en la misma mesa, el nobel firmando sus libros y Gustavo firmando su libro sobre el nobel.
También supo, de boca de Gossaín, que Gabo le pidió prestado “Un ramo de nomeolvides…”. “Gossaín le mostró el libro, él lo agarró y le dijo: ‘considéralo perdido’ y se lo robó. Para mí el mejor homenaje es que García Marquez se haya robado un libro mío”, concluye Gustavo, el escritor paisa que tuvo el mérito de recoger, justamente en Cartagena, los pasos de un escritor Caribe.
“Un ramo de nomeolvides…”, segunda edición
En abril de 2013 la Editorial de la Universidad Pontificia Bolivariana reeditó Un ramo de no me olvides: García Márquez en El Universal, dentro de la Colección Club de Escritores. “El libro ha tenido muy buena acogida en la comunidad universitaria, donde García Márquez tiene interés periodístico y literario. Es una reinvindicación del carácter del nobel como periodista y escritor”, señala Juan José García, jefe de la Editorial UPB.