En los últimos meses, una peligrosa sensación de congelamiento se ha instalado en buena parte del país y en la mentalidad de algunos. Empresarios, líderes de organizaciones y ciudadanos parecen haberse resignado a simplemente “aguantar” hasta que llegue el 2026; como si el próximo ciclo electoral fuera el único motor capaz de poner en marcha, nuevamente, la economía nacional.
Este clima de espera pasiva ha ido anestesiando la acción, como si el tiempo político y la incertidumbre institucional justificaran detener las iniciativas, aplazar inversiones y postergar decisiones. Pero el país no se sostiene solo en la política: la verdadera fuerza que mueve la economía y la sociedad está en las empresas, en los emprendedores, en los líderes que todos los días enfrentan desafíos concretos para mantener en pie la actividad productiva.
En este momento, es precisamente el sector empresarial el que representa la esperanza más tangible de dinamismo. Son las organizaciones, grandes y pequeñas, las que generan empleo, impulsan la innovación, mantienen viva la cadena económica y sostienen el tejido social. Esperar todos al calendario electoral es no reconocer la enorme capacidad que tenemos —como ciudadanos, como líderes, como empresas— para incidir hoy mismo en el rumbo del país. Mientras los ciclos políticos van y vienen, los actores privados aseguran continuidad, progreso y oportunidades. Cada empresa que sigue apostando por crecer, cada organización que se compromete con su entorno, cada trabajador que da lo mejor de sí está sumando al movimiento que mantiene al país en marcha.
Hoy, más que nunca, necesitamos activar esa conciencia colectiva de que somos protagonistas, no espectadores. La historia nos ha demostrado que los momentos de mayor adversidad son también los que despiertan lo mejor del sector privado: resiliencia, ingenio, adaptación, compromiso. Es precisamente ahora, en medio de la incertidumbre, cuando más vale cada esfuerzo, cada decisión que mantenga vivas las iniciativas, los empleos, los proyectos que construyen país.
La inacción no puede ser la respuesta. Hay un enorme potencial en cada rincón productivo, en cada industria, en cada persona que decide avanzar. Las decisiones que tomemos hoy sobre inversión, innovación, talento y sostenibilidad tendrán un impacto profundo, más allá de cualquier discurso electoral. No se trata solo de sobrevivir hasta que cambien las condiciones políticas: se trata de avanzar desde ya, de asumir la responsabilidad compartida de empujar el país hacia adelante.
Colombia es responsabilidad de todos, sí, pero muy especialmente de quienes tienen en sus manos los motores económicos. La invitación es clara: este no es momento de esperar, es momento de actuar. Cada uno desde su espacio, desde su trabajo, desde su día a día. Porque la verdadera transformación no comienza ni termina con las elecciones: se construye a diario, con optimismo, con determinación y con la convicción de que somos nosotros quienes podemos —y debemos— construir un mejor futuro.