Eso que llaman amor, una película para encontrar a Medellín

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Carlos César Arbeláez. Foto Juan David Caicedo
 
La nueva producción del director antioqueño Carlos César Arbeláez retrata la ciudad en tres historias de amor y soledad

Por Laura Montoya Carvajal
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Carlos César Arbeláez tiene diferentes sensaciones de la ciudad en la que vivió siempre. Robledo, la Nueva Villa de Aburrá, los años ochenta, los noventa, el recuerdo de la violencia constante, extrema y terrorífica le hacen aburrir y encariñar de Medellín. Pero en general, el cineasta dice que para él Medellín es desesperanzadora.

Y al parecer, lugar de soledades. O eso le dijo su amigo Felipe Aljure cuando vio el primer corte de su película Eso que llaman amor, que salió a cartelera nacional la semana pasada. “Carlos, el tema de tu película no es el amor. Es la soledad”, le dijo. “No Felipe, cómo así, ¿qué voy a hacer con ese título? ¿entonces se va a llamar Eso que llaman soledad? Eso va a quedar como un tango”, le respondió Carlos.

Un poco abatido con la noticia, después de haber escrito, rodado y editado parcialmente su película que hablaría – después de Los colores de la montaña, una producción que tiene lugar en zona rural, y varios largometrajes en el Occidente y Suroeste de Antioquia – sobre la ciudad y varias historias de amor que se cruzan en sus calles y cafeterías, tuvo que aceptarlo. “Todos los personajes sí tienen un trasfondo de soledad. Aunque tal vez se me fue la mano”, bromea el director. Recuerda que una frase de García Márquez le enseñó que con el amor llega la soledad, así que se resignó.

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Desesperanza y soledad. Hay tres historias de Eso que llaman amor: “Empecé narrando unas historias individuales, casi como cortos, porque estaba muy enamorado del Decálogo de Kieslowski. Me di cuenta luego de que tenían cosas comunes: a Medellín como protagonista principal, sucedían de noche, giraban en torno al amor, pero sobre todo el de los padres a los hijos”, dice César.

Por eso las historias se entrelazan, apoyándose unas a otras en esos temas comunes y en las calles conocidas: “Hicimos una versión mezclada y nos dijimos que una historia resonaba en la otra. La sensación sicológica que se tiene con estas historias paralelas es muy distinta y mucho más profunda”, explicó el realizador.

La película fue estrenada en el Festival Internacional de Cine de Cartagena, y también tuvo presencia en el de Sao Paulo, en el Kolkata (India) y en el Festival Filmar en América Latina, que tiene lugar en Suiza. Fotos cortesía
 
Además, la ciudad tomaba forma a través de estas personas representadas: “Quería que las historias me dejaran estar en muchos lugares de la ciudad y contrastarlos. No quería mostrar la ciudad desde el paisaje con los típicos time-lapses. Quería mostrar, más que la geografía, un sentimiento de la ciudad, más sentirla que verla”.
 

En la noche del Día de las Madres, el lento desmaquillarse de Marlon El Selenita y la Muchacha Alegre, dos estatuas humanas en una residencia, se contrapone al trapo de Camila que limpia el féretro de su hijo, colocado sobre un mueble de su casa después de haber sido desalojado del cementerio, y se ve luego el rostro de Erika mientras empaca su maleta para hacer un viaje que debería salir en pocas horas hacia España, donde espera ver a su hija.

Cada historia llegó de una curiosidad distinta de Carlos: “En las estatuas me parece que es la metáfora perfecta del amor en el sentido que ellos se encuentran disfrazados, pero a medida que están en la residencia se van quitando los disfraces y van revelando su humanidad, que es lo que pasa con el amor” .

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En la historia de Camila, Carlos pensó en las mujeres que son citadas por la Fiscalía para recibir los restos de sus hijos desaparecidos, y lo que debe sentirse volver con esa caja bajo el brazo al hogar. “Y la historia de la prepago es la historia de una madre que quiere recuperar a su hija”, termina.

“Yo quiero que el espectador se dé cuenta de que una ciudad son muchas ciudades. Uno puede sentir la ciudad distinta si está enamorado o no, uno puede amar una ciudad entera por una sola persona. Es una cosa viva”, afirma Carlos.

Este trabajo duró 10 años y en el camino experimentó varios cambios. Antes, por ejemplo, eran 4 historias que se volvieron 3 en la posproducción. En el papel, Carlos sentía que la historia de Camila era la más contundente, pero en pantalla encontró la de Érika como la “más redonda, la que sustenta dramáticamente la película y no la deja caer”, incluso después de ser una de las más retadoras, por los diálogos que tiene la madre con un cliente japonés y su trabajo como prepago.

También en el rodaje se le presentaron sorpresas. El director cuenta: “Uno de los retos de esta película fue descubrir que la ciudad está gobernada por mucha gente. No puedes rodar en cualquier sitio, porque empieza a caerte gente a preguntarte qué estás haciendo y a vacunar. Eso me molestó mucho, incluso modificar las tomas porque atrás había una olla y no se podía grabar. En un lugar llamaron a un tipo en la cárcel y él autorizaba que yo rodara”.

Carlos tiene algunos guiones para desarrollar, pero aún no está seguro de cuál será su tercera película, que en su opinión puede marcar su carrera. Asegura que “cada película en el cine colombiano es empezar como de cero”, y piensa que es necesario encontrar formas de cautivar al público local y de mostrar el trabajo, más allá de las taquillas y los festivales. Aunque quiere descansar, espera no demorarse mucho en comenzar una nueva producción.

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