El Salón Elíptico del Capitolio Nacional amaneció cubierto de un silencio espeso, interrumpido solo por el murmullo respetuoso de quienes llegaban a rendir gratitud y homenaje póstumo al senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay.
Rodeado por coronas blancas y escoltado por la Guardia de Honor, reposaba el féretro con los restos del joven dirigenet asesinado.
La luz tenue que se filtraba por los vitrales de tan imponente recinto, teñía de melancolía el ambiente, mientras la fila de asistentes crecía cada minutofrente al féretro, con el eco del rezo del rosario, dirigido desde el atril por el representante a la cámara Luis Miguel López, Partido Conservador.
En el máximo recinto de la democracia estaba presente, inerme e indefenso y sin hacer quorum para legislar, el senador Miguel Uribe Turbay porque los violentos e irracionales, le arrebataron esa oportunidad que le había dado la vida.
Los expresidentes Juan Manuel Santos y César Gaviria ingresaron con gesto serio y pasos contenidos, deteniéndose frente al ataúd para inclinar la cabeza en señal de respeto. El alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, llegó con semblante conmovido, evocando en su saludo una amistad y un trabajo conjunto que ahora quedaban abruptamente truncados.
Entre los asistentes se encontraban senadores de la República y el presidente del Congreso, Lidio García, el procurador general de la Nación, Gregorio Eljach, dirigentes de los gremios, quienes se saludaban con gestos de tristeza y con palabras breves que evidenciaban el impacto de la pérdida no solo de un legislador sino de un gran y joven dirigente que tenía todas las condiciones para llegar a la presidencia de Colombia.
En un rincón del recinto se observó una escena conmovedora del padre y la esposa del senador Uribe. Él, con los ojos enrojecidos y la voz rota, acarició brevemente la madera pulida del ataúd, como intentando una despedida imposible. Ella, aferrada a un pañuelo y al lado de sus hijas, no pudo contener el llanto al recibir el abrazo de colegas y amigos de su esposo.
Hubo varios momentos donde se suspendió el ingreso de ciudadanos, en uno de ellos, y sobre el atardecer por el ala lateral contiguo al Patio Nuñez, apareció sorpresivamente la esposa de Miguel Uribe, Claudia Tarazona, con sus hijas y el pequeño hijo de cuatro años, Alejandro. Al estar frente al féretro, lo alzó, le dio una rosa al niño quien la posó en la bandera de Colombia que rodea el ataúd. Una escena desgarradora que llenó a los presentes de un sentimiento de tristeza al ver la inocencia del hijo que jamás volverá a ver a su padre.
En el recinto de las leyes se sentía la carga simbólica de despedir a un hombre que, para muchos, representaba una nueva generación en la política nacional, para el mejor futuro de Colombia.
El flujo de visitantes no cesaba. Legisladores, exfuncionarios, líderes sociales y ciudadanos compartían el mismo gesto: un instante de silencio frente al féretro, un último adiós antes de que Miguel Uribe Turbay parta para siempre del escenario político, pero no de la memoria de quienes lo conocieron.
El día en el capitolio no fue un lugar de debates y consensos, sino el templo solemne donde Colombia despidió a uno de sus hijos más jóvenes y prometedores. ¡Paz en su Tumba!
*Texto: Luis Fernando García Forero, Senado de la República.