Por Saúl Álvarez Lara
Las palabras y una coincidencia llevaron a Víctor Gaviria al cine. Escribía poesía, había ganado el Premio Nacional de Poesía “Eduardo Cote Lamus” con el libro En la ciudad alguien también perplejo, la coincidencia llegó cuando su hermana que vivía fuera del país le regaló una cámara súper-ocho. Se encontró con la imagen y comenzó a filmar todo a su alrededor, las esquinas, las calles, las gentes. Por aquellos días visitó una institución para niños ciegos. “Era una casa amplia y llena de luz, donde los niños aprendían a ser niños como se debe. Hice entonces algunas imágenes a la par de voces, risas, gritos, y edité un corto documental que titulé Buscando tréboles”, escribe.
Con este documental ganó el primer premio en el Festival de Cine Subterráneo de Medellín. El libro del premio de poesía fue publicado, dos años después, con el título Con los que viajo sueño por ediciones Aquarimántima. Poesía y cine, estaban presentes en su vida. Era el año 1980.
Entonces las coincidencias se amontonaron. Acuarimántima; la poesía de Helí Ramírez En la parte alta abajo, donde el ritmo natural lo atraía, “…el ideal de poesía de nuestra generación…” escribió en un texto sobre Helí. Después de ese primer libro vinieron otros y más premios: La luna y la ducha fría, 1980, ganador del Premio de Poesía U. de A.; El campo al fin de cuentas no es tan verde, 1982; El pulso del cartógrafo, 1986; El pelaíto que no duró nada, 1991.
Y al mismo tiempo estaba el cine. Luego del primer cortometraje vinieron Sueños sobre el mantel vacío, 1980; La lupa del fin del mundo, 1981; El vagón rojo, 1981, todos en súper-ocho; Los habitantes de la noche, 1983; La vieja guardia, 1984; Los músicos, 1986, en 16 mm. Más de una película por año hasta 1990, cuando filmó Rodrigo D. No futuro, su primer largometraje, invitado al Festival de Cannes. Después vinieron otros largometrajes: La vendedora de rosas, 1998; Sumas y restas, 2003; y otros libros: Los días del olvidadizo, 1998; La mañana del tiempo, 2003.
Durante su recorrido hasta los primeros años de los 90 Víctor Gaviria encontró que la coincidencia entre palabra e imagen tenía un ritmo, pero sobre todo tenía fuerza natural; y de aquellos encuentros resultó la característica de su trabajo como director de cine: el conocimiento profundo, de sicólogo, de la “dramaturgia de los actores naturales”, como la llama.
Algunas frases dichas o escritas por Víctor a propósito de los actores y la ciudad: “… La dramaturgia de los actores naturales, que no es otra que una profunda, auténtica, representación social, una dramaturgia social que se representa en vivo, por los actores; es decir, ellos se representan a ellos mismos”. “… Uno cree que el actor natural inventa pero en realidad recuerda. El actor natural debe ‘decirse’ a sí mismo”. “… Hacer películas con actores naturales, puede llamarse ‘realismo con testigos’, estaba en el aire de los años 80, con la particularidad de que eran voces que nunca habían hablado, diciendo cosas que nunca se habían escuchado”. “… El actor natural no representa, es lo que es, es el personaje con sus gestos, su manera de no hacer nada, su forma de hablar. Un actor natural es como un caracol que lleva su vida a cuestas”.
Sobre la ciudad: “Desde niño la ciudad me hace preguntas que quisiera responder. ¿Por qué tanta decencia y tanto bandidaje al mismo tiempo?, ¿Por qué tanta legalidad y tanta ilegalidad mezclada?, ¿Por qué tanta delicadeza y tanta violencia al mismo tiempo?”
Y unas líneas de poesía: “Mi locura es antes que todo el desorden de las cosas que acumulan los años: / me hacen bajar los brazos de desánimo verdadero, / y no sé qué está primero, / si el día de ayer o el de mañana, si este pensamiento minúsculo / como el polvo de oro de la tarde…” (tomado de Los días del olvidadizo). “Este es un tiempo muy especial, que no encuentro cómo describir: / tiempo en el que nadie devuelve lo que le prestan…” (Tomado de Autobiografía)
Cerca de las siete de la noche llegó Víctor a Otraparte, la casa del maestro Fernando González, en Envigado. Ni Luis Fernando Calderón, ni yo, esperábamos verlo por allí, hablábamos precisamente de él y de su trasegar entre poesía y cine. Con su mirada precisa y sonrisa de viejo amigo, Víctor y Luis Fernando se conocen desde siempre, se sentó a la mesa. No hablamos de sus películas, ni del objeto de nuestro encuentro, la conversación se fue por otros rumbos, algunos libros, otros autores. Víctor Gaviria no podría esconder su origen paisa, su acento en cada frase, la picardía de su mirada y sus gestos lo confirman. Es un sicólogo, no graduado, que ha pasado buena parte de su vida entre la poesía y el cine.