Sociedades más avanzadas que la nuestra, como la francesa, suelen darnos ejemplo de civilidad por medio de distintos tipos de reacciones o comportamientos. Es el caso reciente de las multitudinarias manifestaciones de unión contra el terrorismo y en favor de la libertad de expresión, ocurridas a raíz de los asesinatos en Charlie Hebdo. Siempre nos hemos preguntado por el origen de esa aparente indiferencia nuestra que no se ha inmutado a lo largo de las últimas décadas con acontecimientos no menos significativos y tenebrosos que los sucedidos en París: asesinatos de periodistas, de jueces, de diputados, de niños, de concejales, de congresistas, de policías, de personas del común, de pueblos enteros como Bojayá, exterminio de partidos políticos como la Unión Patriótica y así en una lista interminable.
Una inquietud similar nos causan otras manifestaciones muy nuestras, no tanto de indiferencia como de abierto irrespeto por el otro, por los vecinos de apartamento, de casa, de barrio. Su punto álgido se da en las fiestas de fin de año, pero no es exclusiva de esta época. Nos referimos a las absurdas maneras de celebrar, estridentes y carentes de mesura, un supuesto gozo que por lo general implica la mortificación ajena.
Extrañamente se sigue asociando, por ejemplo, la alegría con el ruido que embota, con el volumen exagerado de la voz y de la música, con la ingesta de licor hasta embrutecer, todo en extremo, sin términos medios, con ramplonería, como si el disfrute sereno no fuera válido e incluso más gratificante y duradero.
Más difícil aún explicarse esa terquedad, rayana en la barbaridad, que denota la persistencia en celebrar con pólvora la llegada de diciembre, las novenas, el 24, el 31, el Día de Reyes o por cualquier otro motivo, como el irracional festejo reciente por la captura de uno de los muchos líderes de ese grupo delincuencial inacabable que es La Oficina de Envigado. ¡Parecía otra alborada!
A esto ayuda el desconocimiento, porque aunque en Medellín el comercio de la pólvora está prohibido, hay ambiguedad y poca claridad en la legislación referente a su uso, confusiones en las que incurren las mismas autoridades. Diría uno que bastaría el sentido común para huirle a la pólvora, pero se sabe que es el menos común de los sentidos. Se repite entonces la historia de todos los años, el mismo conteo, las frías cifras que mimetizan las tragedias; no aprendemos, pese a las amputaciones, incapacidades, deformaciones y al largo calvario que implica para una familia uno de estos casos: del primero de diciembre de 2014 al 9 de enero de 2015 Antioquia lideraba una vez más el número de quemados del país, con 245 afectados, 100 de ellos menores de 18 años. El Valle de Aburrá con 123 lesionados y el Oriente con 76, registraban el mayor número de casos. Como siempre, entre los lesionados hay simples transeúntes o vecinos que no estaban quemando pólvora, que no les gusta, pero que no tienen más opción que vivir en medio del riesgo de la irresponsabilidad ajena. Lo mismo sucede con los incendiarios globos de mecha, las candeladas en los bosques cercanos, las natillas y sancochos hirvientes al alcance de los niños… Todo pasa pero es como si no pasara.
¡A ver si para las próximas fiestas aprendemos a celebrar y realmente a disfrutar!