En tiempos de multitudes la soledad es vergonzosa. Crecí creyendo que estar sola es sinónimo de ser rechazada y no tener más que resignarse a andar sin compañía. La soledad como una carga explícita, visible, social, sexista, que te obliga a buscar un grupo de amigas estilo hollywoodense, tan codependientes que no te dejen sola ni un solo segundo o una relación de esas absorbentes, a tal punto que deja de ser compañía para convertirse en una necesidad.
Pero aún no sé qué nos incomoda más: si la idea de estar solas o el hecho de encontrar a alguna mujer que disfrute de su soledad y no poder normalizarlo porque no seríamos capaces de estar en su lugar.
“¡Una mujer sola! ¿No hay cierto lamento en la asociación de estas dos palabras?”. Lo leí en un libro de historia del que aún no recuerdo su nombre. La sociedad europea de mediados del siglo XIX lamentaba las mujeres solas que perdían sus esposos en las guerras civiles porque sus vidas eran miserables al no tener quién les diera sentido.
¿La vida no tiene sentido si solo tenemos nuestra compañía? Casi doscientos años después seguimos llamando solterona o beata a aquella mujer que elige un matrimonio con la soledad, en vez del amor. Amargadas, dirían otros. Y creemos, inconscientemente, que nadie la eligió a ella porque está rota, como cuando se rechaza un juguete que se rompió. Su culpa, a fin de cuentas.
“Brujas”, mujeres con tanto tiempo libre que pueden leer y saber hasta más que ellos.
Ni qué hablar de una mujer homosexual o una mujer hétero que haya elegido no ser madre
La soledad representa una amenaza a la existencia de una sociedad porque desarticula la tradición impuesta a lo femenino: mujeres enamoradas de la idea del amor romántico, casadas y dando a luz; mujeres a disposición del otro: una promesa de existencia y permanencia de un mundo que necesita mujeres en casa en función de reproducirse. Una mujer sola y, peor aún, enamorada de su soledad, es una amenaza para la supervivencia y la estructura social.
Brujas, les podrían llamar, mujeres con tanto tiempo libre que pueden leer y saber hasta más que ellos. Ni qué hablar de una mujer homosexual o una mujer hétero que haya elegido no ser madre.
Entonces bien, hemos aprendido a camuflar ese gusto por andar solas. Nos enseñaron a avergonzarnos cuando nos sorprendían conversando con el alma, cuando preferíamos jugar solas que con los hijos de los vecinos y ni hablar de la vergüenza que viene después de reconocer que la relación que teníamos no funcionó y todos llegan con: “no estás sola”, “si te ve en la calle, que no te vea sola” y el horror de escuchar: “mira, llegó sola”.
Leí alguna vez que la palabra alone (solo, en inglés) viene de all one, que significa “todo uno”. Y sí, somos totalmente nosotras cuando estamos en soledad,cuando reconocemos que en ella encontramos la compañía que necesitamos, en vez de esa que nos enseñaron a buscar afuera en forma de media naranja o de soul mate. Que los amigos, los amores y la familia nunca serán una dependencia sino una compañía maravillosa para celebrar la vida que nos rodea.
Ahora las heroínas van a cine solas, comen solas, toman solas, bailan solas.
No tienen capa, pero con solo verlas nos enseñan que la soledad es cuestión de foco, porque nunca estamos solas si nos tenemos a nosotras mismas.