Desalienta ver cómo pese a los esfuerzos, a los golpes a algunas bandas delincuenciales y a la buena voluntad de la Policía en El Poblado, no cesan los atracos en todas sus modalidades en la comuna 14, cometidos por sujetos a pie, en bicicleta, en moto, en taxi o en vehículo particular.
Estamos en manos del hampa, digámoslo sin rodeos. Los delincuentes son de todas las pelambres, pareciera como si se multiplicaran de manera exponencial o tuvieran el don de la ubicuidad. Los de las motos siguen alborotados y con parrilleros –¿sí serán sus familiares?–, escogiendo a dedo a sus víctimas en las vías de El Poblado. No solo se la tienen dedicada a los vehículos y a sus ocupantes, sino a los centros comerciales, los malls y los restaurantes. A ellos llegan los atracadores, intimidan a los clientes o comensales inermes y los despojan de sus pertenencias. Roban con una rapidez inaudita en los parqueaderos de estos establecimientos, donde no se escapan ni las llantas de repuesto. Los fleteros también se han cogido confianza y están cebados en los centros comerciales. No los intimidan ni los vigilantes ni las cámaras. Esperan a sus víctimas a la salida, y las siguen para despojarlas del dinero que estas creyeron debitar en forma segura. Es como si los ladrones tuvieran ojos y oídos en todas partes.
Y qué decir de los pillos disfrazados de vendedores ambulantes o de cuidadores de carros, muchos de ellos menores de edad. Por lo general andan en combos y tienen azotados a los visitantes de los parques Lleras, El Poblado y sus alrededores. Con agilidad de gatos se arriman a los desprevenidos transeúntes, o aprovechan las congestiones a las entradas y salidas de los establecimientos públicos, y en un abrir y cerrar de ojos los despojan de la plata y objetos personales. Con la misma habilidad se desplazan y escabullen entre las mesas de los bares, para al menor descuido robar carteras y dispositivos móviles. Su agosto dura las 24 horas, incluyendo las madrugadas, cuando los rumberos recargan energías en los locales de comidas rápidas. Ni allí los dejan en paz.
Hay que ver el susto, por ejemplo, que se llevó una joven estudiante, asistente a un reciente concierto de Altavoz en el Parque de El Poblado, cuando a unos cuantos metros del CAI uno de estos hampones le arrebató su bolso, en el que llevaba la cámara con el trabajo universitario de fotos y videos que había hecho durante el día, además de los papeles, la plata y el celular.
¿Cuál es la causa real? ¿Son pillos que actúan cada uno por su cuenta o tienen un jefe, similar a esos nefastos personajes que bien hemos conocido, que han tenido el control delincuencial de la ciudad y que se reemplazan con facilidad una vez son capturados o dados de baja? O, para hilar más delgadito, ¿será posible que detrás de esta situación tan desesperanzadora haya intereses oscuros que busquen desestabilizar, crear una mala percepción de seguridad y desprestigiar así a la administración municipal? Y, lo más importante, ¿cuáles son las soluciones?, ¿qué pasó con los otros nueve cuadrantes de vigilancia policial anunciados que nada que se crean? Son preguntas para las que no tenemos respuestas. Para eso están las autoridades, que deben entender que el asunto está pasando de castaño a oscuro y que merece especial atención antes de que lo malo que nos está pasando no tenga reversa. O, sino, miremos lo que pasó con el Centro de la ciudad.