Nunca fui amigo o conocido de Fernando Botero. A mi pesar, debo reconocer que nunca le hablé. He recibido honores inmerecidos, que indirectamente tenían que ver con él, como haber escrito el texto central del catálogo que se publicó para la entrega de la Donación Botero y la reinauguración del Museo de Antioquia en octubre de 2000; o haber podido publicar en Vivir en El Poblado muchos textos sobre las esculturas y pinturas suyas que hay en Medellín.
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Pero nunca tuve el gusto de conversar con él y ni siquiera saludarlo personalmente en los eventos realizados alrededor de su figura, en los que participé. Seguramente las innumerables personas que lo conocieron y disfrutaron de su compañía dirán, con toda razón, que era un hombre cercano a todos, amable y de fácil conversación, y que yo no lo disfruté porque no supe aprovechar las oportunidades. Pero, bueno, en definitiva, no tengo ninguna anécdota sobre él para contar.
Creo que, como es natural, tal vez la mayoría de las personas podrían decir lo mismo. Sin embargo, también esa carencia tiene sus ventajas, pues el único vínculo que tengo y conservo con Fernando Botero es a través de su obra. Y, según pienso, ese es un vínculo fundamental que nos seguirá uniendo, como el que creo mantener con Picasso o con Van Gogh, por ejemplo. Porque el artista, que es un ser humano, está destinado a morir, como todos nosotros. Lo que cambia frente a la casi totalidad de los mortales, es que la obra del artista sigue viva. Cuando, por desgracia, se debe atravesar la dolorosa realidad de la muerte de un artista, se potencia el impacto de su producción.
Ex-voto, de 1970, es una pintura de Fernando Botero que, después de más de 50 años, mantiene toda su potencia significativa, gracias, esencialmente, al sentido de la oportunidad y del humor que la constituyen. Y aquí, frente a esta obra, sí hay una serie de elementos que implican asuntos fundamentales que nos pertenecen a todos porque él quiso que esta pintura se conservara aquí, entre nosotros. Como si se tratara de un mensaje que pretendía que fuera permanente.
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La obra fue presentada por Botero en la II Bienal de Arte de Coltejer, en 1970. Como se puede leer en el cartel que acompaña la imagen en el ángulo inferior izquierdo, se trataba de un ex-voto por, supuestamente, recibir el primer premio de la Bienal; la Virgen le extiende los billetes del premio que le servirán para pagar las “culebras” que lo tienen atrapado. Y todo en un clima de celebración, con lluvia de rosas y bandera nacional que respaldan la compleja figura de la Virgen que lleva en su brazo derecho un minúsculo Niño, que también tiene su banderita. Pero la obra no recibió ningún premio o reconocimiento de parte del jurado de la Bienal e incluso alguno de sus miembros dijo luego que el cuadro era solo una repetición de lo que Botero venía haciendo desde hacía mucho tiempo.
Es evidente que el artista piensa una cosa distinta. Esta pintura al óleo, con su expreso carácter figurativo, su técnica refinada y su mensaje directo y comprensible, manifiesta, de manera clara, la idea de arte que tiene Botero en ese momento, en contra de los movimientos vanguardistas que entonces dominan el panorama del arte contemporáneo. Aunque parecía poco menos que un exabrupto, vista desde la distancia del tiempo, la obra anticipaba el final del poder absoluto de la abstracción y del experimentalismo en el arte contemporáneo.
Años después, en 1974, Ex-voto se convirtió en la primera obra donada por Botero al Museo de Antioquia. En un sentido simbólico, cabe presentarla como la primera piedra, física y conceptual, de todas las donaciones que, a lo largo de los años siguientes, Fernando Botero hizo al Museo, a Medellín y al país. Y, de la misma manera que lo hace esta pintura, la obra de Botero sigue hablando a todos aquellos que quieren aproximarse al arte y mantener una conversación con él.