Es afuera de las aulas donde están sobrando los interrogantes, en un departamento que decidió como vocación ser el más educado y que frente a esa ruta reunió esfuerzos públicos y privados y convenció al electorado, y que para responder a esa vocación ha invertido un billón 200 mil millones de pesos por año, el equivalente al presupuesto de Santander para 2015.
Explicaciones a ¿por qué Antioquia, líder a nivel nacional en economía, competitividad y conectividad, no lleva la punta en las pruebas de Estado? ¿Sin ser referentes en educación se podrá sostener ese liderazgo? Porque valga recordar el pacto, hacia 2020, de ser la mejor esquina de América con la educación como uno de los pilares.
No fue líder el año pasado. En el escalafón de departamentos, Antioquia estaba en el lugar 13. La explicación en su momento, además de señalar un rumbo, apeló al retrovisor –por supuesto, los procesos tienen antecedentes y en estos se explican éxitos y fracasos- y expresó que los esfuerzos se concentrarían en recuperar la infraestructura (que presentaba deterioro del 80 por ciento en el inventario) y la cobertura (40 mil niños no iniciaban clases a tiempo) y dignificar a los maestros. La calidad en la educación, nos dijeron, vendría expresada como consecuencia de las inversiones en rubros que los antecesores habían descuidado.
Una nueva explicación que ahora está faltando es por qué del lugar 13 en las pruebas de Estado, Antioquia pasó al 16 en este 2015, resultado de tener solo el 31 por ciento de los estudiantes ubicados en los primeros puestos (en 2014 era el 36 por ciento) ¿A mayor inversión, mayor caída en los resultados? El retrovisor, si es aplicado, haría espejo en la misma administración.
La respuesta hoy reconoce que las pruebas a estudiantes son un indicador importante, pero señala que no son prioridad, como sí la “transformación profunda de la educación”.
Con esa ubicación como departamento número 16 en Colombia cierra la gestión educativa de la administración del departamento líder. Hay más indicadores como los 80 parques educativos (habrán entregado 60 al final de este año), la asignación de 9.500 becas de educación superior y de 25.000 millones en becas de maestría para profesores o las 817 obras de recuperación física.
La administración de Sergio Fajardo cierra periodo e inicia la de Luis Pérez, con unas banderas que, por el bien de los estudiantes y los maestros deberían enrutarse sin ambiciones de revanchismo ni de tierra arrasada, dado el peso de los recursos invertidos.
Pérez, que en el ardor de la campaña cuestionó el sistema de Fajardo, pero prometió no heredar rencores (sería una gran enseñanza para la comunidad educativa), también se comprometió a crear un nuevo modelo para la vida, la sociedad y el trabajo, actualizar métodos y contenidos, cualificar a los docentes y mejorar y aprovechar los ambientes de aprendizaje.
Algo falló en el modelo y no hay explicación. Mientras tanto, estamos cuatro años más cerca de cara al reto de ser la mejor esquina de América, o el nombre que se le quiera dar, que represente efectos palpables de calidad de vida, justicia, paz, desarrollo y, por supuesto, educación.