Los riesgos sobre el caudal, de filtraciones y de movimientos de tierra persisten en Hidroituango. Pero técnicos y obreros trabajan con esperanza para vencer lo que ellos denominan “el cisne negro”
En los días más críticos en, las volquetas se movían como hormigas cargadas de material para subir el núcleo de la presa a los 410 metros sobre el nivel del mar. El ingeniero y coordinador de las obras civiles de EPM, Juan Carlos Gallego Corrales, vio una imagen cargada de esperanza. Cuando apenas se superaban los 408 metros observó a un obrero quitando el letrero de la meta más cercana e instalando el de los 415.
— ¿Por qué lo estás haciendo?, le preguntó.
— Ingeniero, porque nosotros no vamos a parar.
Así mismo sucedió con todos aquellos que aceptaron trabajar en condiciones de vulnerabilidad —entrando con volquetas a extensos túneles sin luz, con filtraciones de agua, con riesgo de desprendimientos— porque sabían que de ellos dependía que otras personas no se vieran afectadas.
Gallego Corrales es geólogo de la Universidad de Caldas e ingeniero civil de la Nacional con experiencia en diferentes ámbitos en la ejecución de obras civiles. Desde el 28 de abril se enfrenta al reto más difícil de su carrera, porque de haberse producido una catástrofe, pudo ser de una dimensión mucho mayor que la presentada en Armero (Tolima) en 1985.
“En la universidad nunca te enseñan a enfrentar estas situaciones, nunca se plantea un escenario de riesgo como estos”, afirma Gallego, quien trabaja para superar dificultades que aún no permiten decir que el megaproyecto está totalmente bajo control.
Ese día, cuando él recibió la llamada desde la zona de obras, estaba compartiendo con su familia por fuera de la ciudad. Una vez finalizada una extensa comunicación, su rostro cambió porque sabía que lo que le describían desde Ituango era un escenario de altísimo riesgo.
Pasó cuando no podía pasar
Cuando se taponó el túnel de desviación y el nivel del embalse empezó a subir sin estar terminada la presa, la finalización del proyecto estaba a escasos dos meses.
“Acariciábamos la meta”, dice Gallego, que también recuerda las palabras del vicepresidente de EPM, Luis Javier Vélez, quien le temía a un “cisne negro”, a una situación imprevisible. El cisne llegó en forma de deslizamiento de grandes proporciones cuando y donde no podía ocurrir.
Antes Hidroituango había superado otros obstáculos, principalmente de carácter geológico, que implicaron retos para la ejecución de un proyecto que en principio estaba presupuestado para cerca de 11 billones de pesos y que estaría generando energía a finales de 2018.
“El principal aprendizaje que me ha dejado la contingencia es que ante la naturaleza siempre va a persistir lo imprevisible, así se tomen las mejores previsiones para respetar el río Cauca”, dice el ingeniero quien ha conocido lo indócil de un río con mil metros cúbicos por segundo en promedio que corren por un agreste cañón.
Siguen los retos y los hitos por alcanzar
Hoy las obras se concentran en taponar definitivamente el túnel de desviación, subir y fortalecer la presa, además de estudiar si hay necesidad de evacuar de forma controlada el agua represada, esto para reparar el cuarto de máquinas y luego, en unos tres años, pasar a operar el proyecto.
EPM anunció la construcción de una estructura metálica para la protección de los trabajadores, quienes laboran en habilitar, y posteriormente cerrar, las compuertas por donde está ingresando el agua al cuarto de máquinas.
Se estima que en unas semanas aproximadamente, se alcance el nuevo hito que permitiría conocer el estado del corazón del proyecto, pues EPM conoce de “un desprendimiento de roca en el túnel vial de acceso a la casa de máquinas” que se presentó recientemente y que originó una “leve” disminución en el flujo de agua.