En esta casa sí se habla de política

En un taller que facilité, hace poco, uno de los participantes habló del sistema de salud colombiano. Lo puso como ejemplo del tema que estábamos desarrollando. Luego de una intervención, muy breve, cerró con una expresión contundente: “El gobierno actual acabó con la salud”. De inmediato, otra voz en el aula respondió: “Y, ¿es que este sistema funcionaba muy bien antes? ¡Esto estaba acabado desde hace años!”. Solo dos segundos después, cuando yo estaba apenas articulando mis pensamientos para aprovechar esa conversación que el grupo propuso, y volverla valiosa para el taller, una tercera voz se levantó, con una irritación notoria:

“¡Estos talleres no son para hablar de política! …  no hablemos de ese tema para que no se armen peleas”.

Fue así como, en menos de 30 segundos, un grupo de desconocidos de distintos orígenes, con historias completamente diferentes, optaron por perderse la conversación, el conocimiento, la oportunidad de expandir la consciencia mediante las historias nuevas, para evitarse la incomodidad de escuchar una opinión distinta a la propia.

¿Quién nos enseñó a evitar las discusiones? ¿Dónde aprendimos a callarnos antes de proponer una idea disonante? Las respuestas pueden estar en la familia originaria, ese grupo donde nos dijeron por primera vez: “En esta casa no se habla de política, ni de religión, ni de fútbol”. Si en el entorno que debía representar la mayor confianza y protección, aprendimos que expresarnos acerca de estos temas era motivo de pelea, es muy claro que nos hayamos convertido en adultos que evitan las discusiones en cualquier otro contexto, que hayamos hecho de esa prohibición hogareña una regla social; que el momento de escuchar las ideas políticas de otro, por ejemplo, lo hayamos convertido en un breve instante para recargar la energía destructiva con la que le vamos a responder -me imagino a Gokú, cuando recarga energía para despedir su Kame Hame Ha– y enviar una bola de fuego al enemigo, repleta de frases que nos dijeron, titulares que leímos, cosas que repiten los influencers que seguimos, verdades que, en nuestra forma de ver el mundo, le muestran al otro cuan errado está –“Muere Piccolo”.

Quizás no nos enseñaron a conversar sino a ganar discusiones o, en su defecto, a callar. Lo bueno es que en cualquier momento de la vida podemos aprender, con ayuda de modelos y prácticas que han perfeccionado los/as psicólogos/as. Por ejemplo, los profesores alemanes Mareike Falter y Karsten Hadwich, plantean un modelo con los elementos que determinan el bienestar psicológico en las interacciones entre las personas. Tres de esos elementos dan una excelente guía para tener verdaderas discusiones enriquecedoras, se los comparto aquí:

  • Tomar al otro en serio: dar por hecho que sus palabras son serias y verdaderas, que su percepción es tan valiosa como la mía, pues está antecedida de su historia.
  • Dar y pedir información suficiente: procurar conocer los datos y hechos que sustentan la discusión, y diferenciarlos de las opiniones y sesgos.
  • Sensación de significado y logro: encontrar el propósito mayor que el otro y yo compartimos, por ejemplo, la idea de un país en paz, próspero y seguro.

Se aproxima un momento que nos pone a prueba, el próximo 28 de julio el país conocerá el fallo en el caso contra el expresidente Álvaro Uribe Vélez, quien es acusado por soborno, fraude procesal y manipulación de testigos. El fallo marcará un hito en un proceso judicial de 7 años; no digo “un punto final”, pues, sea cual sea la decisión, será cuestionada, demandada, protestada. Tendrá que soportar la ola de indignación de una parte de los colombianos. En esa ola estarán tus familiares, amigos, compañeros de trabajo y tú mismo, si consideras que el fallo no encaja en tu visión del mundo, en tu versión de la historia, en tu verdad. En tus manos no está cambiar el fallo, pero sí está la forma en la que te dispones a conversar del tema con tus personas cercanas, ¿habrá otro tema prohibido más en tus grupos sociales o expandirás tu consciencia, escucharás con curiosidad genuina, hablarás con compasión, y reconocerás que el otro también tiene una historia que sostiene sus creencias?

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