Esta elevación verde de 107,13 hectáreas tiene sus propios caminos, tanto para peatones como para bicicletas, y es uno de los lugares más valiosos para la historia de la ciudad. Los hallazgos arqueológicos incluyen complejos funerarios de los aburraes y terrazas antrópicas, es decir, lugares donde se construyeron viviendas de esta etnia indígena en el siglo XIV. El año pasado, el 21 de junio, indígenas de la ciudad y otras partes del país celebraron allí el Inti Yami, es decir, la Fiesta del sol sobre este cerro, que aun es representativo para sus pueblos.
Otro tipo de rituales personales y colectivos se desarrollan en esta isla boscosa: las rutinas de caminantes y ciclistas en especial los fines de semana son comunes. Sin embargo, según el Plan de Manejo del cerro elaborado en 2011 por el Área Metropolitana, el hurto y el consumo de estupefacientes son las principales amenazas a la seguridad, además de la invasión al terreno por parte de habitantes de calle en la parte baja. Su aislamiento ha propiciado el abandono de cuerpos y suicidios. Por ejemplo, en febrero de este año, un hombre se quitó la vida junto a una veladora, y en 2013, otro hombre de 16 años fue encontrado muerto junto a su perro, ambos envenenados al parecer por el joven.
Estas situaciones, no ajenas al resto de la ciudad, encuentran en el cerro un escenario propiciado por su aislamiento, que se agudiza con el tránsito rápido por las calles que lo rodean. Fue referente de ubicación por su altura para los caminantes que entraban a la hondonada, es mirador del valle y sitio de conservación de flora y fauna, de manera que comparte problemas y conserva virtudes de su territorio.