Las farmacéuticas, los azucareros, las mineras, los palmicultores… todos tienen sus lobistas pagados, ¿pero quién hace el lobby para defender los intereses del país?
Si bien en un primer momento había soltado la frase ”estamos en guerra”, ante una marcha de más de un millón de personas, Piñera en Chile decidió no responder a la manera de Carlos Andrés Pérez en Venezuela en 1989. Este optó por reprimir las protestas contra los decretos para enfrentar las consecuencias de un modelo rentista -que había hecho crisis- y contra la sempiterna apropiación corrupta por Adecos y Copeyanos de buena parte de esa renta petrolera.
El llamado Caracazo (al menos 276 muertes) marcó el futuro de Venezuela porque consumó el divorcio entre la clase política y la sociedad. Y cedió el paso al socialismo del siglo XXI que impuso esta vez un modelo rentista, con la apropiación corrupta de buena parte de la renta petrolera por la nueva clase política. Es decir, lo mismo. Solo que ahora estuvo acompañado de la destrucción del aparato productivo del país.
En Colombia las manifestaciones y los paros se han vuelto rutinarios. Y lo que se percibe es que hay grupos que, mediante actos violentos, pretenden inducir respuestas indiscriminadas y desproporcionadas de la fuerza pública. Lo cual llevaría, según piensan, a deslegitimar el gobierno y a generar oportunidades políticas de largo alcance para lo que ellos representan. Esa sería la estrategia.
El Estado colombiano necesita tender puentes con la sociedad: el nivel de confianza de los ciudadanos en sus instituciones es deplorable: solo el 20 % confía en el Congreso, el 23 % en el Poder Judicial, en el Gobierno el 22 %, y en los partidos políticos el 16 % (Latinobarómetro). En alguna medida esto explica por qué la gente sale a protestar: porque las instituciones y los partidos están divorciados de la realidad de Colombia. Las farmacéuticas, los azucareros, las mineras, los palmicultores, en fin, todos tienen sus lobistas (pagados) enchufados al poder; ¿pero quién hace el lobby para defender los intereses del país?
Los partidos carecen de identidad. Los nuevos liderazgos que han surgido son señal de que el país reclama la renovación de las viejas formas de hacer política. Al elector se le evidencia que los partidos tradicionales en nada se diferencian unos de otros y que carecen de una visión de país. Están es en la política menuda, por eso es que predominan las coaliciones (en las cuales la pregunta fundamental es: ¿y cómo voy yo?).
La construcción de confianza en las instituciones es esencial para la viabilidad a largo plazo de las mismas instituciones. Y condición necesaria para la paz social. ¿Estaremos a la altura?