Cansada de la repetición de lo nuevo, del tedio a lo ajeno, lo incomprensible y lo extraño, de la soledad forzosa y el abandono por elección, ese día, de repente, vas a querer volver.
Para Ale.
Un día, uno de esos días que tanto soñaste y ahora estás viviendo, saciado de novedad y nuevos aires, de callejones por caminar, de nuevas estaciones y paradas, de amaneceres tardíos con colores que no habías visto antes en el cielo, de caras desconocidas, de soledad y gloria, del placer de no ser vista, de ser vista y no ser reconocida, de ser ignorada, de querer ignorarlo todo, de comenzar de cero.
De andar sin prisa, pero con afán de probar, tocar y ver con curiosidad de párvulo. De contarte chistes en silencio, de disfrutar profundamente tu compañía, de caminar sin rumbo, del placer de andar con tiempo, de andar sin mirar el tiempo, de matar el tiempo.
Días en los que te habituaste a otras costumbres, a otros ritmos, a otros olores, a otros trancones. A otros besos, a otras angustias, a otros sabores. A otros sueños, a nuevos desvelos, a suspiros de a dos.
Uno de esos días donde cada paso es una sorpresa, donde hiciste de tu vida una nueva rutina, opuesta a esa monótona que llevabas, a todo eso de lo que huías. Ese día, cansada de la repetición de lo nuevo, del tedio a lo ajeno y lo inasible, lo incomprensible y lo extraño, de la soledad forzosa y el abandono por elección, ese día, de repente, vas a querer volver.
Vas a recordar tus pasos andados, las calles anchas de siempre, el sol en tu cara, tu sombra en el suelo, tus afanes, tu caminar rápido, tu inquietud por si habrá algo más. Las memorias compartidas con quienes amas, compañía que tomabas por sentado y ahora está lejos y ausente. El olor de tu comida favorita hecha en casa, la olla que suena y te avisa que el almuerzo donde tu mamá está listo. La siesta los domingos a las 3, el vallenato los sábados en la madrugada, el negro cenizo de tu arepa quemada (¡tu arepa en la mañana!), el abrazo en cada encuentro, el saludo del vecino, el ruido del vecino, el hecho de conocer a tu vecino.
El silencio, la rutina, el hogar, la tierra, el pertenecer, el saberse propio, el saberse parte, el tiempo lento, tal vez un poco quieto. Tu tiempo, ser.
Vas a recordarlo todo y pensarás que tal vez tu vida no estaba tan mal como pensabas. Que tal vez el problema no era el lugar sino tu equipaje pesado, incómodo, que cargas a donde quiera que vayas. Que ningún lugar te va a sanar si cargas contigo misma. “¿Preguntas por qué la huida no te conforta? Porque te fugas contigo misma”.
Oh gloria inmarcesible, oh júbilo inmortal.