Por: Claudia Ivonne Giraldo G.
Se trata de una colección de veinte cuentos cortos escritos con precisión, en la búsqueda de la palabra exacta, sin derroches. La mirada es aguda, uno diría que implacable; no hay resquicio que no quede iluminado. Pero, ¿qué es lo que ilumina? Este libro habla de los hombres: muchachos apenas, hombres ya entrados en años y en desesperanzas, hombres de todas las pelambres, hombres que le gustan o desagradan a la mujer que mira. Hombres que estas narradoras aman, desaman, olvidan, recuerdan.
En el cuento que abre el libro, Olor a pintura –entrañable, por demás– una niña de nueve años mira al joven que llega a su casa a pintar las paredes; lo observa con curiosidad arrobada, se enamora del muchacho y nos muestra la caligrafía espiritual de la formación del amor en una mujer, en esa mujer en especial, que apenas es una niña y ha sido tocada por algo que no entiende, pero que la conturba y la lleva a crecer, en su reflexión solitaria, en su impotencia de no ser aún mayor para poder amar. Ella lo mira a su gusto, recostada en la pared y desde esa mirada, ocurre la revelación muy íntima y no dicha que también nos regala a los lectores.
Lo que sorprende pues y conmueve en estos cuentos no son los temas, bien llevados, algunos inesperados, sino la mirada. Los hombres y eso que llamamos tal vez equivocadamente “lo masculino” y que en los tiempos que corren se desdibuja y se recrea para nuestro encanto, se humanizan, se cuentan uno a uno, sin estereotipos, son personas con miedos, cobardías, arrojos y heroísmos. Son hombres “maravillosos que viven y sienten y se la juegan junto a una mujer y no temen a ese paisaje suave y rocoso que somos”.
Las narradoras de Sandra “se narran” en un juego especular entre narradora “lejana” que lo sabe todo, y “la personaje” que a veces solo puede saber lo que ve y lo que toca, y que, como en la vida, solo puede obedecer a lo que manda el amor. Pero no son narradoras derrotadas ni llorosas ni culposas. Y en esto radica la verdadera fuerza de este libro: el viejo mandato del sufrimiento por amor, la mujer llorosa, abandonada, rabiosa, da paso a una nueva clase de mujer que ama y sufre pero no permanece ni en el amor ni en el sufrimiento. Son niñas, jóvenes, muchachas, mujeres fuertes, felices y tranquilas. Mujeres que saben, que ven, que miran y que no solo aspiran a ser miradas, a ser puestas ellas bajo el reflector de eso que ilumina.
Presentamos con gusto este nuevo libro de Sandra Castrillón y le auguramos un camino “claro y decidido” en esta pasión por el género perenne en donde también nos conocemos.