¿Qué tienen en común un político que roba y una persona que se cuela en la fila? Son agentes del mismo mal: el egoísmo. Un mal que, cada vez estoy más convencido, es el problema fundamental de nuestra sociedad.
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El egoísmo no es más que poner nuestro propio beneficio por encima del de los demás, ignorando el impacto negativo que nuestras acciones puedan tener en otros. Puede manifestarse en algo aparentemente “insignificante”, como colarse en la fila, o en algo tan devastador como robar millones de un fondo público destinado a la gestión del riesgo en desastres.
En realidad, la consecuencia es la misma, solo varía la escala. Cada acción que realizamos desde el egoísmo alimenta el colectivo perverso y destructivo del “vivo vive del bobo”. Este constructo social, desafortunadamente, sigue aún muy vigente en nuestra sociedad, perpetuando la noción de que el individualismo triunfa sobre el colectivismo y que, al final, se premia al “avispado” por encima del educado.
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Ahora bien, ¿cómo rompemos este ciclo? ¿Cómo cultivamos una sociedad que valore el bien colectivo por encima del interés individual?
Aunque es mucho más fácil decirlo que hacerlo, en esencia se trata de cambiar nuestra mentalidad y pasar del “¿qué gano yo?” al “¿qué impacto genero?”. Para ello, tener desarrollada y afinada la empatía —el ponernos en los zapatos del otro— es lo que nos permite reconocer los límites (o las posibilidades) de cada decisión y acción que tomamos. La empatía es en esencia, la consciencia que nos invita a detenernos cuando el ego amenaza con imponerse sobre el amor.
¿Y cómo lograr una sociedad más empática? Sencillo: con nuestro propio ejemplo.
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Si somos el reflejo de las cinco personas con las que más compartimos, como nos repiten tantas veces, convirtámonos en ejemplo para quienes se reflejan en nosotros. Esto no significa ser “perfectos”, sino comprometernos a un proceso continuo de mejora, coherencia, de ayuda y cooperación, que con el tiempo, debería hacernos a todos mejor.
Gracias por leer. Nos deseo un 2025 con más empatía.