“Lo oral está muy asociado con un territorio, con un entorno, con una geografía personal. Es como si la oralidad formara parte de nuestra crianza, como si fuera otro seno a través del cual nos vamos alimentando del entorno… Es la vitalidad, la fuerza, lo agonístico de la oralidad, lo que nos fascina y nos seduce. Hay en este énfasis tan cercano al gesto una marca sanguínea, una filiación visceral que convierte la oralidad en incentivo para la lucha, el amor, la fe”. Fernando Vásquez. Rostros y máscaras de la comunicación.
La oralidad ocupa un lugar preferente para la construcción colectiva del sentido y el progreso de los proyectos organizados, al reconocerla como la mejor posibilidad de representar, crear y transmitir y, por tanto, es necesario otorgar una mayor atención al espacio vital dedicado a la comunicación oral.
El modelo a seguir, lo más natural, oral, informal, ofrece muchas garantías: agilidad, flexibilidad, eficiencia, creatividad, espontaneidad, siempre difíciles de alcanzar por parte de la comunicación formal y oficial. Es la aceptación del otro junto a uno en la convivencia.
Las acciones y medios informales posibilitan un mejor desarrollo de lo intersubjetivo. A partir de la vivencia diaria, de las relaciones entre los individuos que configuramos comunidades y organizaciones, se puede patentizar mejor el proyecto colectivo que nos congrega y anima. Lo evidente, lo más claro, lo concreto, se patentiza mejor en las conversaciones, en el manejo del tiempo libre, en los temas de cafetería, en las llamadas telefónicas, y por tanto es necesario saber cómo y sobre qué temas funcionan dichas relaciones interpersonales, para aprovecharlas y mejorarlas en el afianzamiento del sentido colectivo y la pertenencia. Lo intersubjetivo puede entenderse como el principio de la experiencia compartida, la común unión, el sentido del nosotros.
Lo intersubjetivo sigue siendo el espacio ideal para el entendimiento humano, exige confianza y nace del cultivo permanente de relaciones. La frecuencia en el contacto hace posible la construcción de acuerdos a partir del reconocimiento del otro. Todo el esfuerzo está dirigido hacia la demostración de que sólo a través de esa racionalidad comunicacional es posible obtener el máximo comprensivo.
La intersubjetividad es entendida entonces como la experiencia compartida que genera redes para percibir y entender la realidad. Abre sentidos, sin que esto signifique necesariamente generar consensos. Es la comunicación ideal como el cruce de múltiples interceptores.
La conversación intenta abrir caminos reuniendo dos mundos aparentemente irreconciliables y dispares: el subjetivo, constituido por las expectativas y aspiraciones particulares y el intersubjetivo, conformado por los intereses y necesidades colectivas. La verdadera realidad se encuentra en el cruce de esas dos experiencias humanas.
Lo simple, lo obvio, lo más cercano es lo que parece estar olvidándose: la comunicación interpersonal, el cara a cara, la primaria; es la ideal, la real y auténticamente interactiva, la más democrática, y, como si fuera poco, la más barata. Se diluye cada vez más en escenarios donde la sofisticación de las herramientas nos vuelve cada vez más solitarios y el exceso de información nos genera permanentes desconciertos.
Vale la pena destacar el valor superior del coloquio sobre el soliloquio, en el ideal aristotélico de retórica sin ninguna intermediación que no sea el propio lenguaje de los hablantes, como la forma de comunicación más perfecta. Es allí donde podemos intervenir maravillosamente para construir de manera solidaria espacios para el encuentro y el bien común.