Siempre me he preguntado qué sintieron los primeros seres humanos que llegaron al Aburrá y cómo se veía este huequito desde cualquiera de las montañas que lo rodean.
Mi guardería, Colorín Colorado, quedaba por allá, por lo que siempre tenía que pasar por El Rodeo. Parte del colegio también lo hice por allá, cuando el Padre Manyanet era la última construcción de esa zona.
En esa esquina, hermoso, aunque en su mayoría sea prados y no los bosques o pastizales que vieron los primeros pobladores, siempre ha estado El Rodeo. Celebro la decisión de cuidar uno de los pocos pulmones que le quedan a la parte baja del valle, aunque no sea para el disfrute directo de todos (es una propiedad privada y eso hay que respetarlo).
Celebro la valentía de los socios. Reversar la decisión es muy difícil, pero unos cuantos miles de millones les mueven el corazón a muchos, así que espero que el mal llamado desarrollo no se apodere de una de las últimas ilusiones de la fauna y de gran parte de los casi cuatro millones de humanos que cada vez más vemos desaparecer el poco verde debajo de autopistas y centros comerciales.