No hay que llamar a nadie, los niños y los jóvenes llegan solos sin que nadie los invite. Así es el fútbol. Congrega a toda suerte de personas y esa es precisamente la idea.
Así lo describe Esteban Reyes, director de Tiempo de Juego, una fundación bogotana que se ha extendido a otras ciudades como Medellín y Cartagena, en barrios y comunas donde hay insuficiencia general en los servicios del Estado.
A través de juego se implementan tres estrategias. Primero: fijar acuerdos de juego, los niños y jóvenes establecen las reglas para cada partido. Segundo: desarrollo del juego, con alegría y sin importar las habilidades pero con control para que se cumplan los acuerdos. Tercero: evaluación, se cuentan puntos y cumplimiento de acuerdos para determinar el ganador.
El mismo enfoque y metodología se ha empezado a usar en atletismo, baloncesto y porrismo. Incluso en otras fundaciones similares como Street Football World. Mirella Domenich, gerente general de esta organización en Brasil, contó cómo este deporte ha sido un gran factor de inclusión social y de equidad de género en su país. Dice que las jóvenes y niñas quieren estar en la cancha, jugando con hombres, y que esto ha determinado que el fútbol no solo sea un deporte ni una recreación sino un espacio que garantice los derechos fundamentales.
Reyes también ha visto cambios positivos en este aspecto. En regiones que él describe como muy machistas, la posibilidad de que niñas compartieran las canchas con hombres era remota. Luego pasaron a un mejor nivel: “Se propuso con ellos que una de las reglas de juego fuera que el primer gol de cada equipo tuviera que ser de una mujer, pero después del primer gol las empezaron a ignorar, a no hacerles pases y son ellas ahora las que hacen el reclamo”.
El desarrollo de esas actividades ha generado cambios en imaginarios de violencia y se ha convertido en una herramienta de paz con la que quieren participar, incluso, los padres de los niños.
Tiempo de Juego, buscando ser autosostenible y suplir las necesidades más importantes (refrigerios para los niños y los 1.500 uniformes anuales) creó dos microempresas para la comunidad: un taller de estampados para los uniformes y una panadería.
El pretexto de tener un balón de futbol repercute en muchas otras esferas de la sociedad.