Cuando la imaginación se apaga, el cambio se vuelve imposible. Tenemos que recuperar la capacidad de transformar la realidad y construir futuros distintos.
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Vivimos tiempos donde la imaginación parece estar en crisis. Nos cuesta proyectar futuros distintos, arriesgarnos a ver más allá de lo inmediato. Quizás porque nos enseñaron que lo único valioso es lo concreto, lo medible, lo que se traduce en resultados tangibles. Pero, como dijo Gioconda Belli:
“Hay que soñar otros sueños”.
El problema no es solo la falta de imaginación, sino la desilusión que nos ha hecho perder la fe en nuestra propia capacidad de transformar la realidad. No es que no tengamos ideas, sino que dudamos de que valga la pena intentar hacerlas realidad. El poder, como advertía Belli, distorsiona. Nos ha hecho creer que solo unos pocos pueden cambiar el mundo, cuando en realidad siempre ha sido un acto colectivo.
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Los estoicos decían que no controlamos lo que nos sucede, pero sí cómo reaccionamos ante ello. Sin embargo, hoy nos cuesta incluso reaccionar. ¿Cuántas veces hemos callado por comodidad? Una amiga una vez me mencionó que el silencio enojado y frío puede ser más amargo que las malas palabras. En muchas ocasiones, nos volvemos espectadores de nuestra propia vida, evitando el conflicto, evitando el riesgo.
Pero el riesgo es parte de la esperanza. Y la esperanza, cuando es genuina, deja atrás el miedo. Vivir con estoicismo no significa aceptar pasivamente la realidad, sino enfrentarla con coraje. Significa atreverse a imaginar posibilidades nuevas y, más importante aún, compartirlas con otros.
En nuestro país la incertidumbre y la polarización nos han llevado a dudar de nuestro propio poder de transformación, pero la historia nos demuestra que los cambios no los hacen unos pocos iluminados, sino comunidades enteras que se atreven a imaginar algo distinto. Lo que hoy parece inamovible puede ser diferente si recuperamos la capacidad de pensar en futuros alternativos, de creer que aún es posible construir, de recordar que no estamos solos.
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Desde las organizaciones, la crisis de la imaginación es evidente. Nos limitamos a repetir modelos, a seguir procesos inerciales, a medirlo todo sin preguntarnos si estamos midiendo lo indicado. La creatividad y la estrategia no son lujos, son necesidades. En un mundo donde todo cambia, las organizaciones que sobreviven son las que se atreven a concebir otros futuros, a cuestionar lo establecido y a asumir que la innovación no es solo una idea genial, sino una práctica constante.
Porque, al final, lo que realmente nos da sentido no es lo que logramos individualmente, sino la sensación de estar creando algo juntos. Nos han hecho creer que la independencia es la mayor virtud, pero lo que verdaderamente importa es la trascendencia de los otros.
Para escribir hay que vivir, dijo Belli. Para liderar, también. Y para vivir, hay que imaginar. Porque sin imaginación, el mundo y el trabajo se reduce a lo que ya existe. Y lo que ya existe, a veces, no es suficiente.
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En el mundo necesitamos nuevos horizontes, necesitamos personas que se atrevan a ver más allá de lo inmediato, que construyan puentes, que transformen la desilusión en acción. Imaginemos otros futuros.