Había que pensar en los Usain Bolt criollos que corrían alrededor del Lleras, el dream team de baloncesto de Papel y Lápiz o los cracks del futbolito ahí en la cancha de la Divina Eucaristía. La caseta que atendía Tito en la que se disfrutaba de la gaseosa o los chistes de Juan Gallina. ¡Qué tiempos aquellos!
No había un estadio Olímpico, pero sí grandes multitudes. Hasta el mismo Fernando González Pacheco o artistas de la década del 70 como Fausto se echaban la pasada por El Poblado a disfrutar de las Olimpiadas en un barrio que se quedó viviendo con el pasado.
Se fueron las familias Lalinde, Valencia, Vélez Montoya, Ramírez de Greiff, Valderrama, Molina Mesa, Cobollo, pero quedaron los recuerdos de Las Manzanitas, Kalin, Al Occidente, Rapiventas, La Torre de Pisa, Piccolo, Ultra Sport, El Social o Los Vikingos equipos que por divertirse participaban en las Olimpiadas de El Poblado, gestas que lo único que buscaban era la diversión en época de vacaciones.
“Era el plan de todas las vacaciones para los pobladeños participar en las Olimpiadas deportivas. Iniciaban al otro día que salíamos a vacaciones y se jugaban hasta el último día. Cada junio era un mes en el que todo giraba en torno a eso y pasábamos los días completos participando o viendo a los otros”, comenta con nostalgia Juanita Cobollo, una de las participantes en aquellos años.
Baloncesto, futbolito, voleibol, atletismo, ciclismo, fútbol, ajedrez, tenis de mesa, sóftbol y béisbol componían estos torneos en los que con el patrocinio del comercio de El Poblado se conseguían los uniformes y la inscripción. Mil pesos de la década del 70 se pagaban para poder participar con el equipo en tres categorías diferentes infantil, juvenil y mayores, recuerda Carlos Betancur, uno de los hombres que dirigió las Olimpiadas.
Gestor y líder
Al padre Hernán Montoya todo se le debe por su labor social en El Poblado. Él fue el líder y coordinador del evento deportivo en el año 1966, aproximadamente, de acuerdo con Harry Montoya Restrepo. La referencia que se tiene de escenarios deportivos en esa época en El Poblado era una manga cerca de donde se construyó en años posteriores la Divina Eucaristía en Provenza y que pertenecía a Eugenia Ángel de Vélez, quien autorizaba que allí se jugarán partidos de fútbol.
“En las calles también se jugaba futbolito, antes de que existiera la cancha, y se jugaba a policías y ladrones, flores y ventas, se patinaba, se montaba en bicicleta, se apostaban carreras”, referencia Montoya Restrepo.
Esa euforia por la actividad física y de ocio de los niños y jóvenes de la parte suroriental de Medellín motivó a que se gestaran las primeras Olimpiadas con la participación de barrios como Provenza, Manila y lo que hoy se conoce como el Lleras. Despuntaron los campeonatos y con ellos la atracción para cientos de personas que cada año empezaron a sumarse a este evento de barrio.
Las risas y carcajadas se escuchaban en el barrio. Y, como no, si indiferente del género todos tenían que participar en las disciplinas establecidas. Los primeros años los escenarios estaban en el Inem, gracias a la cercanía del padre Montoya con las directivas. También en Benedictinos y después en Manila. Esta situación generó la búsqueda de una “estadio” propio.
Con la recolección de limosnas en la parroquia, la ayuda de los vecinos, algunos parlamentarios que vivían en el barrio y el alcalde Guillermo Hincapié Orozco se construyó una placa deportiva junto a la Divina Eucaristía, en los primeros años de la década del 70, y allí se echaron a rodar los sueños de los pobladeños y hasta de algunas figuras del deporte nacional.
Del equipo de fútbol, Hurricanes, salieron futbolistas profesionales como José Luis Vasco (Millonarios y Nacional). En atletismo se destacó Blanca Estela Ardila, campeona nacional de 100 metros y Miguel Saldarriaga; en béisbol figuró Rafael Álvarez, quien fue seleccionado nacional, y en natación Victoria Jiménez (La Mosca), recuerdan Mauricio Gómez Uribe y Juanita Cobollo.
La alegría inundaba a un Poblado que vivía como barrio, lejos de lo que se conoce en la actualidad. El Lleras era epicentro de carreras atléticas y desde la 10 salía la maratón que pasaba por San Diego, iba hasta el Hotel Intercontinental y bajaba nuevamente a buscar la iglesia de la Divina Eucaristía.
Los premios los donaba Postobón, que estaban compuestos por medallas y trofeos e inclusive otras marcas reconocidas buscaban vincularse a las competencias. Tanto fue así que en la década de los 80, Pablo Escobar, el extinto capo del Cartel de Medellín, intentó vincularse a las justas ofreciendo iluminar el escenario deportivo como ya lo había hecho en otros barrios.
“El padre Montoya era un hombre tan correcto y honesto que sabía las andanzas de Escobar y negó cualquier tipo de ayuda, que consistía en la iluminación de la cancha. Y así nos quedamos sin luz para la canchita (risas)”, comenta Luis Cobollo, un español que vivió gran parte de su vida en El Poblado.
Los clubes sociales, las fincas en otras subregiones, el traslado del padre Montoya y las familias que emigraron fueron el ocaso de las Olimpiadas en 1988. Luego en el 1992 revivieron, pero por poco tiempo, porque ya todo pasó a ser nostalgia y burocracia de las administraciones que quisieron manejar a su antojo el evento.
Solo quedan remembranzas y miles de anécdotas por contar a los “pobladeños de vieja guardia”, como los describe Juanita.