Hace casi 2 meses, el capitán Carlos Aljure tuvo una de las misiones más complicadas hasta ahora. Estaba aquí, en la base aérea de Rionegro, cuando recibió el aviso: un grupo de soldados del Ejército Nacional había caído en un campo minado, cerca a Yarumal.
En el sitio habría combates y personas fallecidas, y no sería posible aterrizar. A bordo y como piloto, sería el responsable de dirigir a una tripulación compuesta por un copiloto, médicos, rescatistas, técnicos y un encargado de la grúa de rescate. Después de escuchar el aviso, tuvo 20 minutos para despegar, como dice el protocolo.
Muy cerca de su aeronave, y para cuidarla de un ataque, tendría a un helicóptero “arpía”, nombre con el que se llama a aquel que vuela con municiones y es capaz de usarlas en defensa propia. El nombre de “ángel de metal” se otorga a helicópteros como el suyo, destinados a rescatar personas y animales o a llevar alimentos, en misiones especiales.
En esta oportunidad, mantuvo la nave suspendida y estable en medio del aire adverso. También calculó la cantidad de combustible necesario, escogió la ruta para llevar a los heridos y logró conservar la calma. Se convirtió en piloto de aviones y helicópteros, animado por el “deseo de servir y ayudar”. Hijo de un piloto de avión que lleva su nombre, conoció desde niño este oficio y lo escogió cuando llegó el momento.
Fue así como llegó a la Escuela Militar de Aviación, en Cali, para un entrenamiento que incluyó conocimientos técnicos sobre aerodinámica, sistemas de aviación y también disciplina, marcialidad, gallardía. Después de 4 años, llegó a la Escuela de Helicópteros de Melgar para aprender el funcionamiento de estas aeronaves que hoy conoce y domina.
Sus misiones preferidas son las humanitarias, como aquella del 2017 que lo llevó a rescatar personas en Perú, ante el desbordamiento del Río Piuria: “Había personas hasta en los tejados de algunas casas”, dice. A Rionegro llegó por primera vez en el 2013.
Después de pasar por varias bases de la Fuerza Aérea Colombiana, regresó y aquí vive junto a su esposa. Aunque toda su familia está en Bogotá, la ciudad donde nació, se siente feliz entre las montañas de Oriente y con la compañía de otros pilotos, capitanes y compañeros de la Fuerza Aérea. Los mismos que lo admiran por su profesionalismo y humanidad, y están convencidos de que tiene los atributos para ser un general, en el futuro. Aunque sonríe y les agradece, dice no pensar en eso: “Me interesa dar lo mejor que puedo hoy; luego veremos qué pasa”.